Entradas y Salidas del Análisis

Por Enrique Cortés.

En el segundo año de carrera ya empecé a buscar aquello que era, así lo creía yo, más de mi agrado. Entonces me encontré con algunos de mis maestros: Manuel Sides, Arensburg, J. C. Tazedjian… con el primero que tropecé fue con Manuel, nos reuníamos en su casa todos los miércoles y leíamos textos de Freud, ellos estaban leyendo “lecciones introductorias al psicoanálisis” y yo me apunté al grupo de lecturas; también en ese mismo año me tope con Bernardo A. y también había un grupo, en esta ocasión más numerosos, que se reunía en su consulta y leían textos de Freud; y también me sume a ellos. Al poco me tropecé con Tazedjian, creo que fue en el siguiente curso; él montó el circulo psicoanalítico de Valencia, al cual yo empecé a formar parte.

El círculo psicoanalítico de Valencia formaba parte del Campo Freudiano y en ese mismo año organizamos el I Encuentro del Campo Freudiano en Valencia; para la ocasión vino J.L.Miller.

Recuerdo que en la víspera del congreso Miller nos citó en su hotel; estábamos en el holl de su habitación, y Tazedjian tomó la palabra, en un momento dado Miller le dice: “usted cállese que ya ha hablado demasiado, ahora quiero escuchar a los demás”.

Al día siguiente empezaba el congreso y en la mesa presidencial iban a estar Tazedjian y Miller. El primero iba a hacer las presentaciones y le iba a dar la voz a Miller, el cual iba a pronunciar la conferencia inaugural.

Lo cuestión es que Tazedjian se levantó con una afonía tal, que no pudo pronunciar palabra.

El día de antes Miller le dice “usted cállese”, el día de después Juan Carlos T. accedió al deseo de Miller.

Ante el deseo del Otro acude un síntoma a taponarlo. Ese es el objetivo del síntoma.

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Este será un poco el recorrido del seminario. Si bien por medio del bla,bla…y de ciertas estrategias se va a poder averiguar la parte significante, pero para poder dar cuenta de la parte gozosa se va a tener que recurrir a otras estrategias diferentes.

Este también es el recorrido de Lacan. Si bien él en un principio va a dar toda la fuerza a lo simbólico luego va a cambiar, para prestar toda la importancia a lo Real.

Nosotros en la clínica sabemos que el deseo es el motor de la cura.

Mi primer paciente, se llamaba Ricardo; desde el día en que le di la cita por teléfono hasta el día en que lo recibí por primera vez, no paré de preguntarme cómo debía recibirlo; “puedo decirle: bienvenido”, o tal vez “¿Cómo está?”, o simplemente llamarle por su nombre… me decía una y otra vez.

Ricardo era un hombre muy mayor, él tendría los setenta años y yo era un joven de 25. “Quiero saber si tengo dislexia”; fue lo primero que me preguntó. Ricardo estuvo visitándome durante cuatro años y si bien durante las primeras sesiones volvía una y otra vez con su insistencia a que yo le diera una respuesta, nunca le respondí. Al poco Ricardo me abría el abanico de su historia…

“El que viene a vernos, como analistas, no es un sujeto; es alguien a quien le gustaría ser un paciente” (J. A. Miller).

De entrada hay una diferencia, en cuanto a lo que se va a encontrar un paciente en una consulta “equis” y con lo que se va a encontrar en una consulta de un psicoanalista. La pregunta que nos suscita este empezar es “¿qué se requiere para que la persona que vino a vernos, con la intención de

ser un paciente, sea un paciente para nosotros, en tanto que psicoanalistas? Es decir que se ponga a hablar como sujeto.

Para ello tenemos las entrevistas preliminares. Las entrevistas preliminares, como intentaremos ver, tienen varios objetivos y uno de ellos es el cambio de posición por parte del paciente, de paciente a sujeto; otro de los objetivos será el diagnóstico, que en tanto que psicoanalítico tendrá que ver con la posición que esa persona adopte como sujeto, su posición subjetiva. Para que todo esto ocurra y el análisis empiece a caminar es imprescindible que se cree algo a lo que llamamos transferencia y que viene parejo con la posición que el paciente coloca al analista, esto es de sujeto al que se le supone un saber.

Para ello el analista debe maniobrar en ese sentido; para lo cual es importante que prescinda de responder a las demandas del paciente, esa no respuesta obligará a que sea el paciente quien busque las suyas; amén de intentar desviar el discurso hacia caminos diferentes a los que el paciente intentará dirigirnos, que no son otros que el malestar que le trajo a consultarnos. Todo esto hace que el paciente empiece a sentir que el consultorio del analista no es un lugar cualquiera y desde luego no el lugar esperado. El analista no solo no responde a los llamados del paciente sino que constantemente le instiga a que siga hablando y además hace hincapié en alguna palabra suelta así como en las formaciones del inconsciente.

El terapeuta y su consulta empiezan a formar parte de la vida del paciente y a formar parte de su discurso. Constituyéndose así lo que llamamos síntoma analítico.

Entonces en las entrevistas preliminares hay cierta conducción por parte del analista, la supuesta neutralidad vendrá después.

La entrada en el análisis no es el análisis, me refiero a su desarrollo, ni mucho menos garantiza su fin, pero si no hay entrada no habrá fin y ya adelanto, lo que deviene en el fin del análisis, es la verdad de su división.

La entrada será posible si el analista “finge olvidar”, y pagando con su persona y con palabras, crea las condiciones de posibilidad para que del decir de un analizante, un sujeto advenga al mismo tiempo que consiente someterse a la regla analítica.

Entonces, el comienzo necesita de ese paso en falso del analista que anuda transferencia e interpretación, es decir, agalmatiza el saber y el enigma.

Lacan va a hablar de una interpretación previa que posibilitará la rectificación subjetiva lo que abrirá la puerta a la transferencia y será entonces el momento de la verdadera interpretación

Interpretación-Rec. Subjetiva- Transferencia- Interpretación

En un principio tenemos un paciente que llega haciendo una demanda de autoevaluación de sus síntomas y pide el aval al analista, que este le confirme… en cambio el analista se va a colocar en el lugar de la ignorancia “docta”, la ignorancia de alguien que sabe cosas pero que también ignora otras, lo que posibilita que un saber nuevo puede venir. Esa ignorancia docta, si queremos, la podemos llamar sujeto supuesto saber, es la que dice o da a entender que no sabemos lo que quiere decir el paciente, pero que suponemos que quiere decir otra cosa.

Esto va a posibilitar que el síntoma, sobre el que se fundamenta la queja, se aloje en un nuevo espacio subjetivo y esto es a través de indicaciones del analista.

No se trata de sugestión sino de un dejarse ir calificada como “asociación libre”,

Entonces, de lo que se trata es de ver como el paciente se sitúa frente a su dicho, la posición que asume frente a su conducta. En ese sentido es que no verificamos los hechos para certificarlos. Tampoco nos importa cómo va vestido, o cómo se mueve, lo que nos importa es lo que nos dice en relación a esas conductas. Pero pasar del hecho al dicho no es suficiente. El paso siguiente es cuestionar la posición que toma en relación a sus propios dichos. “Lo esencial es, a partir de los dichos, localizar el decir del sujeto…”, “la relación que aquel que enuncia toma con relación al enunciado”.

Y para ello es fundamental un cierto aire de estupidez por parte del analista, para que el enunciado no sea un enunciado “cerrado”, si el analista es muy sabelotodo entonces no da lugar a que el paciente se sitúe como sujeto; no hay lugar ni a la duda ni al cuestionamiento; y el deseo necesita un cierto lugar oscuro, cierto sentimiento de que el otro no lo percibe todo. Tenemos que permitir al sujeto ciertos engaños, no ir a buscar rápidamente la verdad, decirle “eso no es así” obtura el dicho.

Lo contrario es introducir al sujeto en el inconsciente.

Para los neuróticos decir la verdad es todo un sufrimiento.

A).-Podemos decir que una de las puertas de entrada en el análisis se abre cuando la queja no recae solamente en el síntoma y empiezan a entrar en el juego otros elementos; y el sujeto consiente en seguir las reglas del juego que le llevan a ir penetrando en ese más allá del síntoma. Aparece una nueva verdad sobre el padecimiento, un nuevo sentido.

En otras corrientes se recurre al contrato profesional o alianza terapéutica; el psicoanálisis buscará una nueva subjetivización que desplazará la formulación de la queja.

En ese nuevo sentido empieza a asomar la cara gozosa del síntoma; en eso consiste la implicación, el sujeto se implica en su goce.

B).- Otra puerta a abrirse es la implicación el sujeto en su mensaje. Aquí se habla de implicación subjetiva.

La nueva implicación significa que reenviamos al sujeto a una experiencia primitiva, tratamos de despertar las huellas que quedan con esa falta de objeto, el sujeto se va topando con la falta, con ese vacío central.

Aparecen las identificaciones con el Otro primordial.

Podemos ver, que de lo que se trata es de distinguir entre el dicho y la posición en relación al dicho, y esta posición es el propio sujeto. O si queremos lo podemos decir de la siguiente manera; de lo que se trata es de ver la relación del neurótico con el deseo, aceptando que el neurótico no puede aceptar el deseo sin negarlo.

Poe ejemplo: ante un dicho, el analista puede preguntar: “¿Tú crees eso?, entonces el sujeto responde “Sí, lo creo” o “Estoy seguro de eso”, o “Fulano me lo dijo”. Cualquiera de estos dichos se inscribe dentro del posicionamiento subjetivo.

Normalmente debemos tener en cuenta que los dichos son citas del Otro. Alguien dice “soy un don nadie” y cuando se le pregunta ¿Quién dice eso?, el sujeto responde mi padre decía “soy un don nadie”; su padre se lo decía de sí mismo y el paciente tomó la cita y la hizo suya; entonces la frase cambia de sentido ante el cuestionamiento. El lenguaje sigue de este modo un camino retroactivo.

Normalmente el sujeto no sabe que lo que dice es una cita del discurso del Otro, y que introduce esa escisión, esa ruptura, entre el dicho y el decir.

Aquí podemos ver de la importancia de las puntuaciones, puntuar implica cortar las sesiones, de lo contrario la puntuación queda completamente en el aire, donde una puntuación viene a anular a la otra. Para que la puntuación tenga efecto y el sujeto se pueda localizar frente a la fijación de la puntuación, muchas veces es necesario cortar la sesión.

No hay palabra más especial que la que dice el analista para fijar la posición subjetiva. Ahí se puede conocer una palabra de verdad. No son baladíes los actos del analista y con ellos este debe ser consecuente. La puntuación permite fijar al sujeto en un punto, punto referencial que le permite decir: “es eso”; con este movimiento se le da al sujeto un punto de referencia.

C) Todo esto no se va a poder llevar a cabo si la puerta de la transferencia no está abierta. De hecho podemos decir que uno entra en el análisis cuando se instala la transferencia. La transferencia como suposición de otro a quien dirigirse.

D) También podemos pensar la entrada en el análisis en tanto que el sujeto se implica en su mensaje. “La atribución subjetiva”.

En cada cadena significante debemos situar la atribución subjetiva; “no hay una sola cadena significante sin que se plantee la cuestión del sujeto”; es decir de quién habla y desde que posición habla. Lo que nos lleva a la cuestión de saber y preguntar en qué sentido el sujeto habla en su propio nombre.

En el análisis no se trata de participar emocionalmente de las situaciones afectivas del paciente demostrando compresión o ternura. Por el contrario, la demostración de incomprensión frente a los afectos del otro es una posición sumamente importante, aunque estos posicionamientos no están exentos de reproches de deshumanización.

En este sentido, el malentendido, ya desde las entrevistas preliminares tiene una función esencial. Solo a través del malentendido es que demostramos nuestra disposición a querer entender. Por ejemplo, a través de la pregunta: “¿Qué quiere decir usted con eso?, simplemente esa pregunta introduce al sujeto supuesto saber, porque solo demostrando al paciente que no le entendemos, introducimos al sujeto en el mismo cuestionamiento.

¿Acaso la asociación libre no es más que un acercamiento al mal-entendido? ¿No es verdad que solo por el camino de la ignorancia es que se tropieza con la pasión analítica?

“Cuando la boca puede hablar libremente, lo que sale de ahí no son bendiciones sino maldiciones, maldichos”, y el analista debe contribuir al aprendizaje del bien decir, esto es, contribuir a un acercamiento entre el dicho y el decir de tal manera que pueda decir lo que desea.

Hablamos de una rectificación, que llamamos subjetiva. Que el sujeto tenga la posibilidad de modificar su posición frente al dicho. De esta manera se practica el retroceso de la enunciación, o sea, que la manera de decir las cosas se escribe en un retroceso subjetivo.

Podemos ser más contundentes y decir que será el malentendido, la diferencia entre enunciado y enunciación, lo que dirige al sujeto hacia el encuentro con el inconsciente, lo que le va a llevar al cuestionamiento de su deseo y de lo que quiere decir.

Si pensamos en el diagnóstico, hay ciertas preguntas que el analista debe responderse ¿se trata de una neurosis? ¿Se trata de una psicosis? ¿O se trata de una perversión?; con lo cual, a veces, el tiempo de las entrevistas preliminares se puede alargar.

En cuanto al diagnóstico, creo que hay dos preguntas que debemos formularnos, en tanto que sus respuestas van a determinar el hacer del analista. Una es: ¿por qué la enfermedad? Y la otra: ¿Por qué una neurosis y no otra?

En el mismo Freud y a lo largo de toda su obra encontramos una constante, la idea de que la enfermedad aporta una satisfacción. En un primer momento lo designa como “beneficio primario” de la enfermedad; por ejemplo en una nota de 1923 que agrega al caso Dora, dice: “el motivo de la enfermedad no es otro que el propósito de realizar un cierto beneficio”; y este beneficio es aplicado tanto al desencadenamiento de la enfermedad como a su mantenimiento.

Si nos hacemos la pegunta de por qué Dora cayó enferma, la respuesta es para que su padre eligiese entre ella o la Sra. K, “o ella o yo”.

Si se lo preguntamos al hombre de las ratas, podemos respondernos que para no responder a la pregunta de si la mujer rica o la mujer pobre.

Vemos que en ambas neurosis la llamada causa ocasional de la enfermedad es un problema de elección.

Ahora, nos encontramos con técnicas donde hay otro, al estilo del horóscopo que te dan la respuesta, eligen por ti, te dicen o eso intentan decirte quién eres.

Pero nosotros sabemos que es una elección que el sujeto debe hacer.

En la neurosis el obsesivo (hombre de las ratas) no se atreve a elegir y demora el momento y la histeria lo que hace es hacer que sea el otro quien eliga (Dora). Vemos ya aquí una diferencia entre la intrasubjetividad obsesiva y la intersubjetividad histérica; como dos posicionamientos diferentes. Si seguimos indagando seguro que esta alternativa nos llevará a otra alternativa más infantil.

Entonces tenemos una diferente posición subjetiva ante el rechazo de elegir, es decir, ante el rechazo de renunciar, porque no elegir es no renunciar.

Rechazo de tener que elegir en los avatares pulsionales, podemos pensar en la sublimación pero la sublimación también implica que una parte pulsional sea perdido, tiene que satisfacerse de forma inhibida.

La solución neurótica al no renunciamiento es una solución de compromiso, lo vemos en el síntoma, en cuanto solución de compromiso. Podemos pensar que el síntoma es una manera de no elegir; en cuanto llega a satisfacer a las

pulsiones a pesar de las prohibiciones, obviamente a costa de un malestar. Vemos la satisfacción, luego Lacan hablará del goce.

Cuando se habla de “aceptar la responsabilidad”, podemos entenderla desde este ángulo, responsable en tanto que beneficiario.

Todo esto nos muestra que la “elección de la neurosis” quiere decir “elección sobre el goce”. El neurótico no es un sujeto que ha elegido, es un sujeto determinado por una elección, determinado por la elección de no elegir. Es un sujeto que ha rechazado entre la pulsión y la defensa.

Lo que tenemos que saber es que la cura y por lo tanto la posición del analista, tiene que llevar al sujeto de nuevo ante la elección.

En “Análisis terminable e interminable”, Freud dice la siguiente frase: “consolémonos diciéndonos que le dimos al sujeto algo que es del orden de una luz, nosotros le permitimos esclarecerse y a él le toca elegir”; luego en el “Yo y el ello” comenta: “La tarea del analista no es volver imposibles las relaciones mórbidas, sino ofrecer al yo del enfermo la libertad de decidirse por esto o aquello”.

 

 

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La idea es conducir al paciente hasta una nueva encrucijada. Y con esto respondemos a la primera pregunta del porqué de la enfermedad.

Nos preguntábamos también por qué histeria o por qué obsesión?

Aunque Freud lo intentó primero mediante la “disposición a la neurosis…” y luego mediante la fijación al estadio pulsional; pero en ambos casos se echaba en falta lo particular, aunque por otra parte Freud siempre insistió en ir a lo particular e incluso habló de la conversión posible de histeria a obsesión.

Lacan esto la va a zanjar diciendo que la verdad del goce es lo que se tiene de más particular. La pregunta es ¿si no depende de las pulsiones en sí mismas de qué depende? Del sujeto, de las defensas del sujeto.

Ya hemos visto algo de la posición subjetiva, al principio.

Lacan se da cuenta que la defensa modifica no la pulsión, sino el sujeto.

Los S1, de los matemas de Lacan, es una manera de escribir esta defensa; ya que si lo pensamos la defensa y la posición del sujeto es lo mismo, es decir, son los ideales con los que el sujeto se opone a las pulsiones inconciliables, precisamente para taponar el vacío significante ($).

Lo que me importa que tengamos en cuenta es que no es que el sujeto elija, sino que el sujeto está determinado por la elección.

Si pensamos en el sujeto histérico, es un sujeto que asume su división, es más hace de ello un estandarte, una compañera se le olvida una cita y su respuesta es “soy un desastre”; es como que aquí no ha pasado nada, en tanto responsabilidad; el obsesivo te llamará diez veces para decirte que lo siente, en él ha pasado demasiado.

En el discurso de la histeria Lacan coloca al sujeto dividido arriba a la izquierda, el lugar del agente, desde donde se ordena al amo (S1). La histeria usa su división para que la verdad del amo, la castración, aparezca. La histeria exige y demanda constantemente; desde el lugar de falta ella va a querer controlar al amo.

Recién vienen a consulta una pareja, y al momento de entrar ella coge la riendas me dice: “mi marido no me da” (lo suficiente); entonces él me cuenta una anécdota de un día que él estaba de viaje y por la noche llamó a casa y luego no había manera de poder cortar la conversación porque ella quería un rato más; la cosa terminó en enfado y ella diciéndole que no la quería.

La histeria provoca la falta del Otro, digamos que la falta del Otro obtura su propia falta; podemos pensar en diferentes figuras histéricas: como agente provocador, como revolucionaria.

La histeria básicamente es un sujeto que dice no. Le dices: “tú eres eso” y ella rápidamente va a decir “yo no soy eso”; no es como la duda obsesiva, aquí hay un sentimiento de vacío, que acompaña al “no sé”.

También nos podemos encontrar con cierta identificación al amo pero esto no quita que ande en rivalidad con aquel que esconde su castración y muestre su simpatía a aquel que la muestre, consagrándose a los desdichados; con lo cual nos encontramos con histerias justicieras salvándonos de las injusticias, del amo castrador.

El obsesivo quiere dominar el deseo, al contrario de la histeria que se deja dominar por él. El histérico sopla la llama, mientras que el obsesivo apaga el fuego, el obsesivo se asegura que no haya lugar para el vacío. El obsesivo necesita idealizar al Otro, ya sea una Dama o un Padre. La idealización permite adorar sin el riesgo de encontrar en el Otro el deseo o el goce.

Bueno; es tarde, vamos adejar un tiempo para las preguntas y retomaremos en la siguiente.

Carmen Ripoll.- yo tengo un paciente obsesivo y no tiene relaciones sexuales con su mujer; esta le dice que vaya con una profesional…

Enrique C.- esto es algo sobre lo que no hablé; la otra en la histeria; la histeria necesita de otra que le puede dar pistas sobre qué es ser una mujer; en este caso le manda a su marido con una profesional. Ya sabes que Lacan decía que la mujer es el síntoma del hombre; la histeria va a poner al otro en ese punto de impotencia, donde el otro ya no va a saber si tirarla por la ventana.

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