“EL PSICODRAMA: escenario para abordar lo real”
Por Enrique Cortés. Psicólogo y psicodramatista.
La respuesta freudiana se dirige a entender la infancia como el escenario de la constitución del sujeto en y por el deseo ligado al ejercicio del placer y las representaciones de objetos.
Desde el psicoanálisis lacaniano, la fusión del sujeto con la palabra se condena en la imposibilidad de expresarlo todo, ahí yace lo infantil del lenguaje y el significado mismo de la infancia. En este sentido, el hombre se reconoce como un niño incapaz (o inocente) de pronunciarlo todo, por lo tanto podemos pensar que toda historia, es mítica y re-escrita porque remite a la infancia, y su función es la de ocultar un vacío; una ausencia de sentido que condiciona la permanente movilidad del deseo y su placer. Así, cada sujeto es presa de lo indecible propio, puesto que la realidad comienza ahí donde habita un silencio.
Jacques Lacan reubica al sujeto en un plano estructural. Esto significa que es en relación con los fenómenos del lenguaje que el sujeto se estructura y se delimita. Para él, no hay posibilidad de hablar del acto creador si no es a partir del universo simbólico, pues es desde ahí donde el sujeto se reconoce en y con el Otro. Lo que implica que no hay vínculo directo entre el creador y lo creado; el intermediario y soporte de este proceso se encuentra en el lenguaje. De hecho, podemos afirmar, que el verdadero héroe de toda ficción, es el lenguaje mismo. Así, lo que determina al sujeto con la creación es la relación con el lenguaje; un lazo que promueve la pregunta desde el campo del ser. Lacan afirma que “se trata de una pregunta que se le plantea al sujeto en el plano del significante, en el plano de to be or not to be, en el plano de su ser. La subjetividad entonces, aparece en el momento en que se reconoce la duda como certidumbre.
Desde estas reflexiones cabe preguntar: ¿de qué manera la infancia aparece como condición creativa en lo subjetivo?, ¿cómo pensar desde el psicoanálisis y/o psicodrama la relación de lo creativo con la infancia?
El sujeto se apropia y se somete a una historia sin reconocer que la fuente de esa historia, de la que se piensa dueño está invariablemente apuntalada en mitos. Freud, ya descubrió que uno de los elementos esenciales en el funcionamiento de la mente humana son los mitos; preguntas atadas a una continúa reinterpretación por su íntima conexión con la memoria, que persiguen los recuerdos y hacen “algo más” que otorgarles vida. Al llegar al límite de los recuerdos, el sujeto asume el carácter mítico que adquiere toda historia cuando llega al extremo de su representación. Ese límite o punto final se convierte en causa; principio y fin combinados en el sostén de una certeza subjetiva.
Tanto en el mito como en el lenguaje no hay correspondencia entre significado y significante; entre símbolo y palabra; entre verdad y mentira, y es justo en esta oposición donde se genera la ambigüedad intrínseca de todo discurso; ambigüedad que emerge de lo inconsciente y que permite jugar con la homofonía y otros equívocos interpretando ahí donde el faltante se materializa en creación. La verdad de los mitos habita en lo inconsciente como un intento de recuperar la unidad perdida.
No queda otra más que entender que la creatividad siempre se enlaza con el campo del deseo. Se trata de dos tiempos y dos espacios diferentes. El primero, es el punto en el que el sujeto se manifiesta sin que haya un decir y
que queda delimitado en su propio espacio subjetivo. Y un segundo tiempo, en el que el yo afirma un “bla-bla-bla” que poco tiene que ver con el primero.
Badiou, explica que la sociedad a través de sus relaciones construye montajes imaginarios que re-presentan un real. Así como sucede en el síntoma, donde el sistema real de las pulsiones (indiferenciado y sin fisuras) sólo puede leerse por medio del recorrido de descentramientos y transformaciones que se dan en la construcción imaginaria del yo. La palabra “inconsciente”, dice Badiou, designa el conjunto de las operaciones por medio de las cuales se puede tener acceso consciente a lo real de un sujeto sólo en la construcción íntima e imaginaria del yo. Es decir, lo real que es lo opuesto al reino de la imagen, ubica al sujeto en el ámbito del ser, más allá de las apariencias, por ello lo real es víctima de una ambigüedad.
En este sentido se puede pensar en la creación como un acto, donde lo creativo, lo inédito, es un encuentro con lo real, ya que toda experiencia de la humanidad está atravesada por la diferencia entre lo real y su representación; entre lo que domina y su figura discursiva; entre lo terrorífico y lo placentero; entre el fantasma y su juego. Por eso la construcción creativa es un intento de sujetar y enmarcar el goce a través de la puesta en escena imaginaria articulándose con el significante, es decir, lo real captura en su goce también el acceso al placer.
Una re-presentación sería un volver a poner en escena ahí donde lo real aparece enmascarado. El lugar del psicodrama apuntaría entonces a organizar una trama unitaria justo donde se hace lugar lo horrible y lo enigmático, a transformar el silencio gozoso en palabras placenteras. Lacan a través de concepto de extimidad explica esta oposición entre lo interno y lo externo, es decir, lo íntimo puede estar en el exterior y viceversa (topología de la banda de Moëbius). Desde el punto de vista etimológico infancia viene del latín infantia que significa incapacidad de hablar. Si lo íntimo puede estar contenido por una puesta en acto (creativo o juego), y lo externo (el Otro o lo otro) por lo íntimo, entonces remite a reflexionar en la infancia como posibilidad inacabada, es decir, como condición permeable donde habita la imposibilidad de hablarlo todo. La infancia entonces, se organiza a partir de la estructuración de mediaciones y retoños, de la configuración y de un espesor deseante. La función del psicodrama, es invitar al sujeto a reescribir-se y re-presentar-se ahí donde la creación se anuncia como inacabada. La infancia se inscribe en lo inconsciente como tiempo de estructuración inseparable de lo pulsional. Se va constituyendo como un conjunto de vivencias y recuerdos capaces de ser recuperados, siempre y cuando se mantengan sepultadas y reprimidas las inscripciones fundantes de la sexualidad a las que ésta encubre.
El psicodrama entonces propone un juego con el lenguaje, colocando la condición expresiva en un sitio privilegiado de ausencia; como destino y voluntad como concepto innovador que irrumpe desde lo real, para evocar a un tiempo in-definido donde la memoria y el recuerdo se inscriben en el orden simbólico que invita al juego imaginario y metafórico con sus significados. La apuesta está inscrita en atentar con el tiempo y su cronología.
El psicodrama coloca al sujeto frente al poder de la significación (imaginario), la posibilidad de hablar y re-presentar (simbólico) y marca una fisura desde lo real en el sujeto. Así, siendo el sujeto presa de lo indecible propio, lo real irrumpe desde su silencio con palabras que intentan ocupar esa ruptura violentando el vacío y construyendo fragmentos de realidad, que sólo interrogan incesantemente al sujeto sobre su condición, a lo cual sólo puede responder que “sólo sabe que no sabe”.
En el pasado, en la infancia, las palabras ocupaban el sitio fundado para un acontecer que no estaba garantizado, porque la creación que enriquece la subjetividad se veía favorecida o entorpecida por la mirada adulta; que despojada de ilusiones y con fantasmas, marca la infancia en su repetición. Frente a ese goce repetitivo y duradero de lo infantil, crear y fantasear suponen límites que abren puertas al deseo.
Este no saber que se sabe, es uno de los puntos centrales de encuentro tanto del psicoanálisis como del psicodrama freudiano. En “El creador literario y su fantaseo” Freud da cuenta que los fragmentos de un pasado, los desgarros del presente y los azares del futuro son las cuentas de un collar engarzado por el deseo. Sabemos que el camino de retorno que el deseo encuentra desde su universo histórico hacia la realidad, hace valer las fantasías como goce fálico a la manera del “da” en el juego del carretel, en una nueva forma de expresión, no obstante desde Freud, la infancia ha sido el escenario de la construcción del sujeto en y por el deseo; en y por el ejercicio del placer ligado a las representaciones de objetos.
Sin embargo y a pesar del psicoanálisis, se postula la idea de que el niño es un “inocente” angelito depositario de ensoñaciones trilladas y pequeño receptáculo de toda agua de rosa del mundo, aspecto que se opone a la imagen del niño, en tanto su animalidad y necesidad de domesticación (perverso polimorfo). Aquí si sería, en este sentido, erróneo recurrir a imágenes históricas moralistas, goce del Otro, de la infancia que anteceden al psicodrama freudiano, como si así se pudiera olvidar que la curiosidad sexual y sus pulsiones despiertan y estructuran cualquier infancia. Olvidar que somos sujetos deseantes. No deja de ser delicado este tema en sus dos vertientes; primero al profundizar en las relaciones que establece un niño con quienes “lo seducen sexualmente”; complicidad que no implica la anulación de la mirada adulta dispuesta a aprovecharse de ésta; segundo en el peligro de atravesar esa estrecha línea que delimita el puro goce del goce fálico, antesala del deseo.
La infancia pues, abre caminos no sólo en el espacio transitorio y en la escena de juego, sino también en la escritura de la trama de su propio juego. Esto es, el jugar infantil y el decir de la infancia, son condiciones textuales que producen su propia dicción y gramática, siendo éste el tejido por el cual emerge toda subjetivación.
La reflexión freudiana en relación con los efectos del acto creativo, alude a la necesidad que tiene el humano de introducir en sus sueños y por lo tanto también en sus fantasías, objetos que no pertenecen a “lo natural”. La idea de que el niño sea “inocente” ángel o pájaro, y que la infancia sea inspiradora de frases como “había una vez…”, “en un país lejano…” o “en el país de las hadas…” convierten el territorio en prohibido-des-conocido, porque los símbolos que los habitan no pierden los puntos de convergencia entre lo real que circunda a la infancia y lo mítico que la estructura. Los personajes fantasmáticos manifiestos u ocultos en la condición infantil son re-presentantes de modos de repetición que paraliza el acontecer. Esto es, el ser grande es una ilusión que puede quedar enquistada por los estereotipos y la rigidez de la mirada adulta, pero esto no ocurre si la subjetividad creadora infantil está puesta en juego.
Debe entenderse que antes de Freud la práctica sexual debía cuidarse de la mirada de los demás, y el discurso debía suprimir los temas que transgredían los fundamentos de la convivencia amorosa aceptada por la censura. Lo importante en aquel momento era que la sexualidad y su práctica se mantuvieran en la ignorancia compartida, ya que de esta forma se lograba crear la ilusión de que no existía. Lo mismo sucedió con la expresión de lo infantil, que se definió como discurso inacabado e incompleto carente de comprensión. La máscara de esta inexistencia dio lugar a que en el ejercicio de la sexualidad y en la representación infantil se preservaran elementos de lo prohibido, lo innombrable bajo el rubro de lo erótico.
Sin embargo el silencio consolidó el tabú de la sexualidad y, contrariamente frente a la conquista de la razón, la sociedad de esa época tuvo que resignarse a vivir pecaminosamente la “sinrazón” que la habitó. La controversia de la postura freudiana es que supo “domar” ejemplarmente el pensamiento y ofuscar la lógica frente a aquello que sólo sostenido por lo innombrable, no dejó de ser ingrediente inevitable de la verdad. La propuesta psicoanalítica resaltó y rescató el síntoma, el conflicto, lo diferente, lo incongruente y lo insensato;
argumentando que ahí donde des-habita lo humano el sujeto aparece como deseo, como falta, como ruptura. .
Para finalizar y a manera de conclusión, se podría decir que entrar a esta dimensión de goce de la infancia es una de las tareas del saber del psicodrama. Es ahí donde habitan los síntomas y trastornos pero también se abren escenas lúdicas y re-creativas como duendes, hadas, monstruos y demás… Freud reubicó el trabajo impuesto de lo anímico por lo pulsional como reto a superar. Le abrió a la ciencia puertas inexploradas de la subjetividad. Lacan por su parte, advirtió a la humanidad que el sujeto humano, sujeto del deseo, no se deja atrapar por lo imaginario, sino que sabe jugar con la máscara del “como si”, como siendo ese más allá del cual es mirado.
Así pues, el psicodrama freudiano con su propia con-di(c)ción gramatical abre espacios, caminos y puertas, rompiendo espejos para insertarse en sus fisuras, y marcar en la diferencia su pro-posición subjetiva. El psicodrama posibilita re-producir inventándose de nuevo.