No todo es Significante

Por Enrique C., psicólogo y psicodramatista.

 

Si partimos de Freud, vemos como el afán del maestro consistía en hacer una especie de traducción del contenido manifiesto; “dar sentido”; hacer consciente lo inconsciente. Aunque ya el mismo Freud hablaba de la roca viva de la castración, como ese punto impenetrable. Ahí donde las palabras no llegaban. Un resto no analizable.

Aunque el punto de partida para Lacan fue el significante, no fue este su punto final, que tal vez podríamos ponerlo en el objeto a. Síntoma y fantasma.

La pregunta a formularnos, es si hay un punto de partida y hay un punto final, ¿La interpretación es la misma en un momento que en otro?; y ¿ La interpretación  en Freud es la misma interpretación que en Lacan?

Como al final vamos a vérnoslas con el fantasma, hagamos un breve recorrido. El concepto lacaniano de fantasma se apoya en las elaboraciones freudianas sobre las fantasías; pero Freud habló de fantasías primordiales, nunca de fantasma. Para que Lacan pudiera darle forma era imprescindible que se planteara, al mismo tiempo, las fantasías y la castración, la relación entre ambas. Podríamos decir que Freud proporcionó los fundamentos sobre los que Lacan construyó el concepto.

Verdad, saber y goce en el síntoma. Síntoma y fantasma empiezan a aparecer vinculados en la segunda época de Lacan; la primera época, centrada en el significante y en lo simbólico no dejaba espacio para un concepto aparentemente tan vinculado a lo imaginario como el fantasma.

Durante los primeros tiempos de su enseñanza, Lacan se ocupó sobre todo del síntoma, del síntoma como mensaje dirigido al Otro, susceptible de ser descifrado y que conlleva un saber desconocido para el sujeto.

Si nos ubicamos en función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis, allí Lacan va a dar toda la importancia a lo simbólico, allí el análisis tiene como meta el advenimiento de la palabra verdadera, al mismo tiempo que el sujeto va viendo la relación que hay entre su historia y su presente. El psicoanálisis no tiene otro medio que la palabra del paciente, palabra que transmite la verdad. Por tanto, en este momento la interpretación pone en movimiento el inconsciente y es de esperar que el sujeto encuentre sus conclusiones. Vemos que en este momento la interpretación acertada tiene que ver con la certeza subjetiva.

Poco después, Lacan nos va a decir que “hay que aguzar el oído a lo no dicho…”; la cosa ha cambiado y debemos estar atentos al interrogante que aparece en los intervalos entre significantes, estar atentos a lo que no se puede decir.

En 1957 con el texto la instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud, va a poner sobre la mesa la falta en ser. En estos momentos ya cuenta con una estructura que tiene nombre, el Otro del lenguaje, (A), y él va a hablar que este Otro conlleva la falta (A)

La cuestión va a consistir en ¿cómo descifrar lo atrapado en esa falta?

Será necesaria la aparición de la categoría de lo real, es decir, de aquello que no puede ser completamente simbolizado en palabras, para que ambos conceptos,  encuentren un punto de convergencia, y para que finalmente el fantasma aparezca como la causa del síntoma en la neurosis, como su motor fundamental.

El síntoma -como toda formación del inconsciente- emerge de forma sorpresiva y resulta enigmático para el sujeto; su característica diferencial respecto a las otras formaciones del inconsciente consiste en su persistencia en el tiempo y en el hecho de aportar una carga de displacer suficiente como para producir, en un momento determinado, la búsqueda de un Otro que descifre el saber involucrado.

Pero el displacer que el síntoma aporta a la vida del individuo y del cual éste se queja, tiene algo engañoso ya que enmascara el motivo principal de su existencia y su fortaleza: el goce que aporta al sujeto.

Los síntomas -igual que sus pares: lapsus, sueños o actos fallidos- por más frecuentes o

habituales que parezcan, siempre particularizan al sujeto, ya que dan cuenta, a nivel significante, de una verdad individual e intransferible, pero esa verdad se resiste a ser descifrada porque bajo la forma metafórica que presenta, permite al sujeto obtener un goce que sería imposible por otra vía.

Lacan plantea esta cuestión muy claramente en «El psicoanálisis y sus relaciones con la realidad», cuando afirma: «Así, la verdad halla en el goce cómo resistir al saber. Esto es lo que el psicoanálisis descubre en lo que se llama síntoma.»

Lacan empieza a abordar la otra cara del síntoma, la cara del goce, algo que ya había apuntado Freud en otros términos cuando hablaba de la satisfacción del síntoma.

En cierto modo, es a partir del trío verdad-saber-goce, y la relación de este trío con lo real que puede explorarse el vínculo entre síntoma y fantasma.

El recurso del fantasma. El fantasma, por su parte, comporta también un saber inconsciente, un saber que sirve de guía en el teatro de la vida y que provee al sujeto de respuestas para explicarse las vicisitudes de su transcurrir: no sólo comanda lo que uno hace sino que también es el recurso para entender, explicar y reaccionar frente a lo «bueno o lo malo» que los demás intentan hacer con uno.

Por tanto, su utilidad fundamental consiste en ser el guión particular al que el sujeto recurre cada vez que se encuentra confrontado a la verdad universal de la castración -verdad que por más universal que sea, no es aceptada fácilmente por los individuos- y que cada uno tratará de domar siguiendo su guión particular. El deseo, manifestación pura de la castración, será pues interpretado subjetivamente desde el fantasma.

En realidad, la relación entre el fantasma y la castración es paradójica, porque si bien el fantasma funciona como recurso del sujeto frente a la castración, ambos -fantasma y castración- son solidarios en relación al surgimiento del sujeto, ya que no puede hablarse de sujeto sin fantasma, como tampoco puede hablarse de sujeto antes del encuentro con la castración del Otro, castración que, por un lado empuja al individuo de la posición de objeto del Otro primordial a la posición de sujeto, pero que al mismo tiempo, lo divide ya para siempre, utilizando como instrumento al lenguaje.

Con el mecanismo de respuesta «hecho a medida» que es el fantasma, el individuo puede ir funcionando relativamente bien en su vida. Será necesario algún fallo en la respuesta fantasmática, un resultado inesperado o un encuentro distinto que no permita ser absorbido por el método habitual, para que aparezca malestar, incomodidad o angustia.

El fantasma es el recurso al que el sujeto acude cada vez que se confronta con la verdad universal de la castración. Provee de respuestas para las vicisitudes  de la vida y permite funcionar relativamente bien. Cuando falla, aparece malestar o angustia.

Síntoma y fantasma. Tanto el síntoma como el fantasma implican, pues, un saber inconsciente. La principal diferencia entre ellos en este nivel consiste en que el saber del síntoma siempre permite remitirse a un tiempo anterior, lo que lo hace perfectamente afín a la asociación libre. El fantasma, por el contrario, no es un saber que tenga tiempo anterior, el fantasma es el tiempo uno, en tanto su formación coincide con el momento inaugural del sujeto, del encuentro con el lenguaje. Por este motivo el fantasma no reclama interpretación, es más, hace fracasar la interpretación, lo cual pone de manifiesto su relación con lo real.

Es precisamente por ese valor de real que el fantasma funciona como una certeza en la vida del sujeto, certeza que puede ser consciente o inconsciente, pero tiene la consistencia de un axioma, esto es, siempre es verdad.

La diferencia entre fantasma y fantasías es muy frágil, en realidad, estos términos ponen de manifiesto tan sólo la forma consciente o inconsciente del fantasma.

Se podría decir que las fantasías, en tanto elementos psíquicos conscientes, son productos del yo construidos a partir del fantasma inconsciente.

Encontrar la fórmula final y definitiva del fantasma consiste, precisamente, en pulir su parte imaginaria, despojarlo de todas las imaginerías del yo hasta dar con su forma más cruda y real.

Esa fórmula final no necesita interpretación, simplemente es.

Por tanto, en la relación que mantienen con la interpretación radica otra de las grandes diferencias entre síntoma y fantasma. El síntoma reclama la interpretación y ésta produce en él modificaciones que pueden desplazarlo, atenuarlo o incluso disolverlo. El fantasma, en tanto es pura significación de verdad, no es interpretable sino que es instrumento de interpretación y el objetivo final en relación a él, lejos de ser su disolución, es su formulación. Por tanto, el trabajo analítico consiste en construirlo y depurarlo.

En cierto modo, el trabajo sobre el síntoma es la parte terapéutica del análisis. Es en tanto el sujeto quiere -o cree que quiere- desprenderse del síntoma y sospecha que hay en éste un saber indescifrable en soledad, que recurrirá a un analista.

Al fantasma no hay que sumarle saber. La actividad del fantasma no es algo que se produzca única y exclusivamente en el tratamiento psicoanalítico: es siempre desde el propio fantasma que todos los seres humanos interpretamos a los que nos rodean en tanto objetos.

El análisis puede disolver los síntomas, pero su acción sobre el fantasma no es de transformación.

El fantasma queda intacto, lo que cambia es la posición del sujeto respecto a ese axioma determinante de su vida, de sus acciones y de sus afectos.

Así pues, se puede hablar de una ganancia terapéutica con respecto al síntoma, pero sólo se puede hablar de ganancia de saber con respecto al fantasma; ganancia de saber que comportará una mayor libertad subjetiva en comparación con el determinismo que producía el fantasma inconsciente.

En ambos casos, asociada a la ganancia que puede obtenerse, el sujeto debe disponerse a ceder algo a cambio: en el proceso se producirá una pérdida.

Pese a que comúnmente la palabra «pérdida» se asocia a una sustracción no beneficiosa, en este caso, teniendo en cuenta que la pérdida en juego será de goce, puede casi asegurarse que si no más felicidad en la vida, el sujeto obtendrá, como saldo final, una mayor facilidad para vivirla.

El análisis puede disolver los síntomas, hay pues ganancia terapéutica. La acción sobre el fantasma inconsciente no es de transformación pero puede cambiar la posición del sujeto frente al determinismo inicial, hay ganancia de saber. En ambos casos se produce una «pérdida» de goce, que facilita el vivir.

En cualquier caso no podemos perder de vista que la interpretación está en relación a la transferencia que  ordena la cura  y que  con lleva una serie de pasos que van desde:

 

1.- interpretación primera, donde se produce una rectificación subjetiva y que da paso al

2.- desarrollo de la transferencia (instauración del sujeto supuesto saber). Si bien en un primer momento puede haber una transferencia imaginaria, ahora se instaura la transferencia simbólica; lo que posibilita la

3.- Interpretación fundamental, gracia a la instauración del Sujeto supuesto Saber.

Cuando Lacan se pregunta qué es lo que permite que un análisis avance, nos dice: “cuando el amante, el analizante, se dirige al amado, analista, este en vez de responder con amor, responde con una pregunta: Che voui?, es decir responde al amor con el deseo de saber. Nos recuerda que el deseo del analista es deseo de saber y que esa es su estrategia; primer momento para más tarde introducir la transferencia en su vertiente de lo real.

Si en un primer momento se trataba  de restaurar el campo de la verdad, ahora se trata de que esta se corresponda con un lugar en el discurso, lugar que tiene que estar articulado con un saber. La verdad es siempre en términos de deseo inconsciente. Por lo tanto, el saber del que se trata en el lugar de la verdad es el saber del deseo inconsciente.

Proponer la división entre síntoma y fantasma es esencial en la dirección de la cura. Por parte del síntoma (del significante) estaría la interpretación y por parte del fantasma (del objeto) estaría la construcción. Construcción entendida como una decantación a la simplicidad. Ante la fantasmatización, abanico fantasmal, se tiende a lo largo del análisis a una simplificación del fantasma.

Nosotros vamos a oír hablar mucho del síntoma, pero muy poco del fantasma, del fantasma el paciente no va a venir a lamentarse, al contrario, de él obtiene placer. De hecho  el fantasma tiene función de consolación al introducirlo como producción imaginaria (“sueño diurno”), es decir que el paciente encuentra un recurso contra su síntoma, un consuelo.

Al principio nos hacíamos dos preguntas: ¿La interpretación es la misma en un momento que en otro?; y ¿La interpretación en Freud es la misma interpretación que en Lacan?

En relación a la segunda pregunta podemos responder que si bien Freud buscaba el sentido Lacan va a apuntar al sin sentido, en sus interpretaciones.

Y en relación a la primera pregunta, en el Atolondradicho habla de una interpretación de los comienzos y de una interpretación del fin del análisis. La interpretación de los comienzos produce efectos de significación, una interpretación capaz de producir material nuevo, nuevas asociaciones. Un empuje a un paso nuevo en la asociación libre.

Pero si el único efecto de la interpretación fuera este relanzamiento asociativo,  se estaría programando un análisis interminable. Entonces  Lacan va a hablar de una interpretación del final del análisis, una interpretación que produce efectos estructurales que podemos llamar reales. O sea capaz de producir un cambio a nivel del ser hablante, a nivel del sujeto sujetado a la palabra. La producción de un “sujeto asegurado de saber”.

En esta línea reflexiva, nos encontramos con la interpretación y con las interpretaciones. Las interpretaciones en plural, en toda su variedad, y las que podemos dirigirle al decir, o sea a la interpretación en singular.

Hoy nos detenemos aquí; el próximo día daremos cuenta de las diferentes interpretaciones.

Textos Recomendados:

  • Síntoma y Fantasma. J. L. Miller
  • El Atolondradicho. J. Lacan

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