EL REMANSO DE LA PULSIÓN

EL REMANSO DE LA PULSIÓN. Enrique Cortés

Nosotros somos seres vivientes, es decir pertenecemos a una serie que desde la biología se denomina multicelular, es una serie de algo que tiene vida.

Por otro lado, estamos habitados de algo que se llama lenguaje, y este lenguaje, al igual que la vida, ya está ahí desde tiempos inmemoriales.

El lenguaje es como un software que viene del Otro.

El ser humano llega al mundo en condiciones de desamparo, y al cabo de unas pocas horas, si nadie acude, se muere de frio, de hambre o de sed. La lógica de que un niño deje de ser niño y sea adulto, no es la edad, es que sepa cuidarse, aunque nosotros, los psicoanalistas, sabemos que esto no es así.

Paradójicamente, esa vida es interceptada por ese Otro que cumple la función materna. Decimos paradójicamente porque al principio el niño necesita de ese Otro real para que lo cuide.

Pero cuando la mamá le ofrece el pecho, no solo le ofrece el alimento, le ofrece su deseo, lo que ella quiere que él reciba y en ese acto se goza.

Vemos que en ese primer acto se pone en juego el deseo y el goce.

Y eso es algo que se le va a quedar grabado sin ser consciente de ello.

Y ¿cómo se graba y donde?

El goce tiene como característica su insistencia, es una energía que empuja, por eso Freud lo llamó ello; y en esa insistencia hay tensión, y también porque hay tensión que hay insistencia.

Y tanto la tensión como la insistencia tiene que ver con el objeto perdido, aunque nunca se tuvo, y que Lacan lo llama objeto a.

El objeto a, se puede entender desde dos ópticas: como falta y entonces se le llama causa del deseo y como presencia y entonces es goce, que puede estar o no enlazado al deseo.

Y a esa tensión la llamamos energía,  Freud la llamó líbido y habló de ella de dos maneras: como pulsión sexual y como energía de la pulsión sexual, y el lugar donde esa energía se manifiesta es en el cuerpo.

Es  en el cuerpo, donde los deseos de la madre se inscriben. Transformando las distintas zonas erógenas en el ejercicio de una satisfacción pulsional, donde se juega lo que Freud llamó sexualidad. Sexualidad oral, anal, escópica, invocante, táctil (donde el pellizco, la tortura…entran en acción).

Todo tiene que ver con la sexualidad y esta, como vemos, no se reduce a la genitalidad.

Con Lacan vamos a ver que hay distintos modos de goce, se puede gozar con la boca abierta y también comiendo muy despacio; se puede gozar a través de miradas dulces o de frases amargas, también se goza enfermando…)

Decíamos que la característica de la pulsión es la insistencia. Pero la insistencia no es lo mismo que la repetición.

En la repetición se trata de repetir lo mismo y eso implica un goce que no permite el movimiento. En cambio la insistencia significante nos indica que allí se articula algo que es del orden del deseo.

Y ¿Qué pasa cuando la pulsión se desencadena?, nosotros decimos que la carne es débil. No se puede frenar el estremecimiento del cuerpo, ni el apoderamiento del alma y puede venir una voluptuosidad tal que nada la pueda frenar.

Nuestra única estrategia es  intentar que la pulsión se remanse, o lo que es lo mismo pase por el colador del inconsciente, lo que implica enlazar el goce al deseo. Cuando esto no ocurre nos encontramos con el “yo no quiero pero no puedo frenarlo”.

Y para ello volvemos al principio, con ese mandato que provenía del gran Otro.

Nosotros sabemos que no es lo mismo un mandato que puede ser interrogado, que un mandato que funciona sin límites. Allí donde hay un mandato que inconscientemente obliga a seguir un camino que no es su deseo debemos ayudar para que se animen a perder algo de su goce que ese mandato enmascara. Por ejemplo aceptar que mi papá no me quiere tanto, puede ayudar a que me incline por la arquitectura aunque mi papá quería que fuese abogada.

Hay que pagar un precio, de hecho el neurótico  sufre porque no le gusta pagar y por eso paga más caro.

Pagar simplemente consiste en deshacerse del goce parasitario, ese goce que se interpone entre el sujeto y su deseo.

Ahora bien, no se trata de proponer un fin que nos acerque al ascetismo cristiano, porque sin los pequeños goces de la vida, ¿qué gusto tiene la vida? De lo que se trata es de reencontrase con el deseo propio y de poder disfrutar de los goces de la vida en la medida que no arruinen la relación con el deseo.

La ética del psicoanálisis es la ética del deseo. El sujeto siente que se realiza como tal cuando avanza en su deseo, que no implica la suspensión del goce, sino la articulación de sus deseos con los goces.

 

 

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