Memoria versus represión: la identidad

Por Enrique Cortés.

Después de bastantes años en el tajo, tengo que confesar que creo en el poder curativo de la palabra y en las penalidades del silencio.

Si la especie humana es hablante, donde el lenguaje es vital, tanto como respirar o comer, ¿porqué se empeñan, algunos, en hacer de ello un acto delictivo?.Como decia Freud; es más fácil cometer un crimen que borrar sus huellas, y la historia de la humanidad está llena de crimenes horrendos esperando que alguien les ponga palabras y esta es la novedad de nuestro tiempo, donde hay una opinión pública que sustrae del silencio y del anonimato los crímenes de esta humanidad. ¿Porqué tanto miedo a escucharlos?

El espanto de la guerra produce, entre otras miserias, silencio, y solo se podrá salir de ese espanto mediante la palabra. Los que no pueden olvidar, por falta de palabras, quedan anclados en los rencores del pasado, en el terror o en la melancolía.

La verdad no es neutral, es simplemente la verdad.

La necesidad de recordar y reconstruir pasados es imprescindible para el ser humano; reencontrarse con su historia, con sus raíces, saber de dónde viene uno.

La elaboración de las marcas que nos unen a nuestros ancestros, constituye un rasgo esencial en la construcción de la identidad, de los sentimientos de pertenencia a lo propio, por lo tanto la pretensión de sofocar el recuerdo con políticas del olvido por decreto, ocasiona efectos de resentimiento y división…

Como dice Marcelo N. «hay un saber del sujeto sobre la finitud de su vida, sobre lo inenarrable de la muerte, sobre lo desconocido del origen y el desasosiego identitatorio que de allí resulta, factores que empujan y convergen a sostener el acto de transmisión entre generaciones: El ser humano está compelido a trasmitir, y maestro es aquel que deja una huella, una marca.»

Se dice que se necesitan tres generaciones para la inscripción simbólica de una condición humana, no podemos truncarlo, tenemos la necesidad de saber de dónde venimos, de sentirnos herederos, hijos de algo.

Luego viene el trabajo de las diferencias, un trabajo de reconocimiento del otro, y de lucha con el Totalitarismo del Uno, discernir las desigualdades que son justas de las que no lo son.

Por todo esto es que pienso que, quien vivió el horror tiene que llevar a cabo el difícil camino de volver narrable su experiencia, porque cuando la experiencia vivida puede ser traducida en relato,  y esto es que supera la queja y el gemido, podremos confiar  que una parte de la transmisión entre generaciones ha quedado restablecida.

Referencia.-  Juan José Millas:»Lo que les quería decir»

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