Hablar

Por Enrique Cortés.

Hablar es una película que está formada por 20 historias que se centran en la palabra y en hablar. Yo diria que es una pelicula lacaniana-social, donde todas estas historias acaban entrecruzándose en un recorrido de 400 metros, que va desde la plaza de Lavapiés hasta la Sala Mirador, que es parte de la Escuela de Interpretación de Cristina Rota; pero sobre todo la película quiere explicar lo que cuenta la calle. No todas las de nuestro país, pero sí al menos las que forman el entramado urbano del barrio madrileño de Lavapiés, sinécdoque, a la postre, de todas las calles de España.
«Hablar» emplea un discurso nutricio que se le refriega a la realidad social para que muestre las causas, o los efectos, de la insatisfacción, la marginación y la indignación.
El argumento somos nosotros, la «españeta», o las puñetas españolas, retratadas a pie de calle mediante personajes que se cruzan, hablan y muestran sus múltiples heridas sociales, sentimentales, matrimoniales, laborales , psicológicas. El coro es el protagonista de estas dos docenas de pequeñas historias que se pretenden un corte transversal al mundo que nos rodea: la falta de comunicación, el exceso de medios de comunicación, la falta de trabajo, el exceso de rabia o resignación, el deseo o la falta de él, la agresividad, el abuso o el fuerte determinismo que nos convierte en actores de una obra ya escrita. Es una visión pesimista de nuestra bóveda vital, pero transformada por el sentido de la comedia de Oristrell en un alegato positivo y esperanzador.
Pero, como en cualquier momento de cualquier plaza llena, hay lugares interesantes a los que mirar y escuchar, y otros que no lo son tanto. También en «Hablar», que es película de momentos, los hay cumbres, como el de Miguel Ángel Muñoz y Carmen Balagué (el hijo justifica ante la madre por qué se pasa el día masturbándose delante del ordenador) y el cantecito que se larga Antonio de la Torre para cobrar un talón. Y otros muchos buenos, lúcidos (el de Marta Etura y Secun de la Rosa) y alguno que otro vestido de impostación y de consignas emocionales y sociales, como si lo hubieran parido en ese lugar entre la realidad y el tópico.
¿Cómo podía acabar esta película si no recitando a Blas de Otero; en «… siempre nos quedaran las palabras…»?…

Hablar

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