“La maternidad no es un hecho simplemente biológico, es un evento del deseo. Surge desde el inconsciente como una ofrenda alimentándose de los sueños, las expectativas y los deseos inconscientes de todas las madres” (Recalcati)
Hernando Bernal, nos habla de los tres lugares que puede ocupar el niño frente al deseo de la madre. Las tres posiciones del niño frente al deseo de la madre son: el niño como falo, el niño como síntoma y el niño como objeto en el fantasma de la madre. Cada una de estas posiciones determinan la estructura clínica del sujeto: perversión, neurosis y psicosis respectivamente.
El niño como falo de la madre es un niño que responde con una identificación al objeto de deseo de la madre: es decir, que la madre hace de él su objeto maravilloso, poniéndolo por encima del padre. Se trata de madres que sustituyen el deseo por el padre, o cualquier otro deseo, por el deseo por su hijo; su hijo se constituye en el bien más preciado, más que cualquier otra cosa. Se trata aquí de madres que suelen ser muy sobreprotectoras con sus hijos, que hacen todo por ellos, y que hacen con ellos lo que se les antoja, es decir, dictan sobre ellos una ley absolutamente caprichosa. En esa posición, al lado de una madre que no se muestra en falta, deseante, sino como completa y satisfecha con su posesión -su hijo-, no hay lugar para la castración de ese niño, es decir, para la inscripción de la falta que lo hará un sujeto deseante. Cuando una mujer se reduce a ser solo mamá, el niño queda atrapado en su deseo como objeto fálico, situación que le dificulta el poder pasar a ser un sujeto a cabalidad.
El niño como síntoma de la madre tiene que ver, más específicamente, con el niño que se constituye como síntoma de sus padres; y esto es algo estructural, es decir, el niño es producto de ese malentendido estructural que se da entre los padres, ya que el niño es producto del parloteo de sus padres, parloteo de un par de sujetos que no hablan la misma lengua, que difícilmente se ponen de acuerdo; no se entienden entre ellos, por eso en toda relación de pareja está tan presente el malentendido, y el niño, se puede decir así, es producto de ese malentendido, es decir, un síntoma de la pareja parental. El niño se constituye, entonces, en un síntoma de los problemas y las dificultades que se presentan entre los padres, así pues, en muchos casos los síntomas neuróticos de los niños son la respuesta a ese malentendido estructural que hay en la pareja parental. Y casi que se podría concluir que todo sujeto neurótico es un síntoma de la relación de pareja.
Y el niño como objeto del fantasma de la madre es, en este caso, el niño que no es un objeto maravilloso, deseado, sino más bien un objeto de desecho. Esta situación se da cuando el niño no encuentra un lugar en el deseo del Otro, no encuentra un espacio en el deseo de la madre. El niño, aquí ya no se encuentra frente a un Otro deseante, en falta, sino que más bien se encuentra frente a un Otro que goza, un Otro completo, con una voluntad de goce tal que toma al sujeto como puro objeto de ese goce.
La madre tiene que estar dispuesta a sostener cada avance en la vida del hijo, lo que supone el duelo de la pérdida del niño de la infancia, la adolescencia y luego edad adulta. La madre tiene que dejarse sentir y sostener como el hijo en su autoconstrucción se va alejando de ella.
Que este niño sea deseado o no tendrá importancia en todo su proceso.
En palabras de Recalcati; “si el niño no es deseado antes de su nacimiento, si no se le quiere, si ningún deseo lo está aguardando, las consecuencias serán una mutilación de su sentimiento de la vida. La ausencia de deseo materno hace que la vida carezca de sentido”.
Si damos un paso más allá de la teoría freudiana, desde un enfoque lacaniano distinguiendo a la mujer de la madre y planteando que detrás de una madre siempre hay una mujer, que por el bien de su hijo, buscará la satisfacción en otro lugar. La madre en tanto mujer, coloca al niño en el lugar del objeto de deseo y el niño se identifica con este lugar
En la vida de la madre, hay una mujer que reclama su lugar, su satisfacción y por lo tanto que quiere y necesita a partir de un momento mirar un poco para otro sitio.
La mujer, que no se agota en la madre, enseña a su hijo que su deseo está atrapado en un más allá, está dirigido hacia otro lugar atraído por una incógnita que no coincide con el propio hijo.
La relación del niño con el deseo de la madre, siempre que se trate de una relación lo suficientemente buena, nunca es una relación ente dos, sino entre tres, en la que el tercero es la función paterna (no necesariamente el padre) que sea capaz de capturar el deseo materno impidiendo su fijación con el niño.
Lacan atribuye la mayor parte de los problemas de la relación primaria madre-hijo a la sexualidad femenina: el deseo de la madre se vuelve patológico cuando apaga la sexualidad femenina. (Recalcati).
Una madre que busca un tercero, que pasada por la función paterna, mira a su bebe y busca la mirada de otro u otro lugar que le dé satisfacción, mirará a su hijo y le transmitirá “te quiero mucho… pero tú no eres todo lo que me colma” y con en esa mirada al tercero (que puede ser el padre, o cualquier otro lugar en el que la madre encuentre una satisfacción que no le dará su bebe) dejará a su hijo el camino libre en la vía.
De modo que entendemos que el deseo de un hijo, expresado bajo las formas que sea, anterior al nacimiento será el requisito para ir armando vías deseantes.
Se producirá un encuentro y necesariamente para que la vida sea posible un desencuentro, el desencuentro que dice que detrás de la madre hay una mujer insatisfecha.
Existe un desencuentro necesario para que uno no sea todo lo que el otro quiere, es estructurante, entonces el niño no sufrirá de desencuentro sino que lo hará por los límites de la vida. En el futuro será un hombre o una mujer con conflictos. Que estará inmerso en el mundo del deseo, de los límites, de las renuncias… se convertirá irremediablemente en un ser deseante y buscará vivir sabiendo que la satisfacción original ya no la encontrará nunca.
Vemos que emergemos psíquicamente desde la imperfección y frustración.
“Una madre no se distingue por la diligencia de sus cuidados, sino por cómo sabe corresponder al deseo de reconocimiento del niño a través de su propio deseo”, “si una madre se propone como completa en su ser, como libre de carencias, como un todo encerrado en sí mismo, idealmente autosuficiente, si vive la maternidad bajo el signo de la omnipotencia o de la indiferencia, no contribuye a asignar el lugar simbólico necesario para que un niño se sienta lo suficientemente digno de amor”.
Y hablamos de exceso (con una madre, que por sus disposiciones psíquicas inconscientes, que usa a su hijo como satisfacción, demasiado abnegada, embelesada, solícita todo el tiempo con él, que por ejemplo, no para de usar la primera persona de plural… no puede decir el niño come, sino me come o comemos… en definitiva una imagen donde la diferenciación no se da, y las necesidades del hijo son vividas como propias… este niño lo tendrá difícil para crecer en un lugar distinto que el imposible en el que ha sido colocado…