Escansión.

Bisagra entre el sentido y el sin-sentido.

 

Retomamos, al mismo tiempo que concluimos esta primera parte del seminario de este curso. Voy a volver sobre la escansión, ya que como leí recientemente no hay psicoanálisis sin esta estrategia.

El término escansión -que en el lenguaje de la poética significa medida de los versos- ha sido adoptado para designar ese punto, variable en el tiempo cronológico, dependiendo de lo que sucede allí, donde la sesión se interrumpe.

Dice Lacan en Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis (Escritos, p.242): «Así, es una puntuación afortunada la que da su sentido al discurso del sujeto. Por eso, la suspensión de la sesión de la que la técnica actual hace un alto puramente cronométrico y como tal indiferente a la trama del discurso, desempeña en él un papel de escansión, que tiene todo el valor de una intervención para precipitar los momentos concluyentes. Y esto indica liberar a ese término de su marco rutinario para someterlo a todas las finalidades útiles a la técnica». El alto, la suspensión, la escansión, debe estar determinada por la trama del discurso, para ello es necesario que haya discurso.

Lacan subraya tres modalidades de la temporalización: el instante de la mirada que tiene la duración de un abrir y cerrar de ojos, ante ellos se despliegan los signos de un enigma, no hay allí correr del tiempo, todo está dado al mismo tiempo; el tiempo para comprender, en el que se da el desarrollo del razonamiento que permite la solución del problema, es un tiempo que transcurre, una diacronía y, finalmente, el momento de concluir, que pone límite al tiempo para comprender, y fuerza a la precipitación, allí donde el sujeto debe arriesgarse, en su re-solución hacia la salida.

Es necesario relacionar esta modalización del tiempo lógico con la manera en que ha de operarse en la sesión analítica y desde allí dar cuenta del sustento teórico de la práctica de las duraciones variables de la sesión.

En un excelente artículo de Marie-Magdeleine Chatel (L’ acte de ponctuation ou le temps de la coupure des scéances courtes. Esquisses psychanalytiques, nº 15, 1991, pág. 37) se señala que el corte, la puntuación, da al après-coup al que pone a funcionar, su real alcance. Sugiere que en el transcurso de la sesión se ponen en juego tres dimensiones temporales :

  1. a) la sincronía del momento de la mirada que correspondería al registro de lo imaginario;
  2. b) la diacronía del tiempo para comprender, donde estaría en juego el registro simbólico concretado en la tarea asociativa, y,
  3. c) la puntuación, el tiempo para concluir con el corte, que impone un borde infranqueable a las otras dos dimensiones y que corresponde al registro de lo real.

Al transcurrir la sesión el corte imprevisto de la sesión produce, como todo corte, un borde que contornea lo real: el primer efecto es un efecto de despertar que pone tope a todo lo que desde el yo del analizante se organiza en el «querer decir”. En tanto que tope, que subrayado, que interdicción, la primera función del corte es la de un vaciamiento de sentido. Vacío que posibilita una reorganización distinta y abre el material a un sentido diferente. Se trata de un descentramiento similar al que produce el chiste, relanza al discurso por una vía diferente. Es en ese sentido que todo corte, por sus efectos, funciona como interpretación, no siendo válida la inversión de esta frase en su contraria. Hay diferentes modos interpretativos que no se reducen al corte.

Las preguntas que despuntan en quien sigue esta argumentación no dejan de acumularse al llegar a esta encrucijada. ¿Cómo sabe el analista cual es el momento del corte o de una puntuación afortunada? ¿Cómo podría él conocer el momento de concluir con el tiempo para comprender que es propio del analizante? ¿Cuál habría de ser y de dónde podría proceder su saber?

Las respuestas no son fáciles porque, en primer lugar, el analista no sabe. Hay algo que sin embargo sabe con certeza: que eso que él va a hacer habrá de producir efectos. Hay una vacilación calculada del tiempo en la que el psicoanalista arriesga y se deja sorprender, él también, por los efectos que retroactivamente, après-coup, habrá producido el corte sobre el discurso, en cuyo caso habrá sido interpretación. Esa es su apuesta, su intervención no programada.

El corte de la sesión puede subrayar un significante del discurso del analizante, puede dejar planteada la pregunta por el enigma de un lapsus, puede poner un tope a la procrastinación obsesiva, puede poner un límite al goce de la complacencia en el síntoma de la histérica, puede cortar una palabra para hacer surgir un sentido sorpresivo.

Esas son las razones por las que el analista no puede privarse del recurso a la escansión. Sin él el análisis correría el riego de dirigirse a un estancamiento, más aún, a extenderse al infinito.

En esta dirección la escansión está íntimamente asociada con la función interpretativa, no como función hermenéutica de traducción de sentido o de aditamento metafórico. Vacía allí donde no dice y relanza. Dice no a un sentido único o último. Más bien es una desconstrucción y un vaciamiento de sentidos preexistentes.

La otra vertiente por la que queremos abordar el tema de la escansión se articula con el acto analítico, precisamente para ver el resultado del acto: es a partir de un significante propuesto por el Otro, pasando por las identificaciones imaginarias con los semejantes, pero también separándose y diferenciándose de ellas que el sujeto ($) sale hacia la vida, dejando un desecho de su propio ser, causa de su división, motor de su deseo.

Pero tenemos otra manera de ver las cosas; si nos referimos al seminario sobre el acto psicoanalítico. La carta de ciudadanía del acto, en la perspectiva del psicoanálisis, viene desde la Psicopatología de la vida cotidiana, allí donde el acto fallido, en su tropiezo, se manifiesta como revelador de la verdad. Comenta Lacan: «el acto, todo acto no deja de caer bajo el mismo mecanismo, a saber, que puede ser planteada la cuestión de otra verdad que la de su intención«. (J. Lacan: Seminario «El acto psicoanalítico», lección del 6 de diciembre de 1967.)

El peso de la determinación inconsciente legitima para todo acto la pregunta por la verdad que encubre y abre la posibilidad de su falla, es decir, de su verdad.

Comienzo y fin: se comienza a ser analista al fin de un análisis. (No carece de interés señalar la correlación temporal de este seminario, con la Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de l’École, en cuanto a la problemática del advenimiento del psicoanalista).

«El término del análisis consiste en la caída del sujeto supuesto saber y su reducción a un advenimiento de ese objeto a como causa de la división del sujeto que viene a su lugar» (Lacan: Seminario «El acto psicoanalítico», lección del 10 de enero de 1968, inédito).

Si el analista cae como desecho es el $ en su división quien adviene.

Esta articulación de un fin con un comienzo en el acto, no implica que esto acontezca en un momento único. La escisión subjetiva, la asunción de la castración, la separación y corte del objeto se juegan una y otra vez en el transcurso de un análisis. Cada sesión, cada escansión con su marca de final inesperado precipita un cierto efecto de sujeto.

La escansión, en tanto que efecto de sentido, se ubica del lado de la interpretación, pero en tanto que efecto de sujeto se sitúa del lado del acto: «El (corte) hace sujeto: así ciña lo que fuere…» (Lacan: L’etourdit, pág. 43, Scilicet, nº 4, 1973.)

Cabría también dar su lugar aquí al papel del deseo del analista, en tanto motor que lo lleva a asumir su acto.

Interpretación y acto, efecto de sentido y efecto de sujeto, ambas funciones son esenciales en la dirección de todo análisis. Ellas son demasiado importantes para dejarlas inertes en las manos de un manejo convencional del tiempo. Sí; la acción del analista implica riesgos.

 

Una vez llegado al límite de lo decible, el fantasma deberá ser abordado por lo real, eso es la construcción. El objetivo es separar al sujeto del uso que hace de su fantasma, para ello tenemos la Aseveración.

Lo que Miller llama la selva del fantasma, que son los distintos fantasmas, los distintos temores, que son los puntos de detención, de angustia…pero a lo largo del análisis esa selva del fantasma se va reduciendo a un fantasma fundamental que es el modo en que el propio modo de goce se articuló con el goce del Otro, o con el deseo del Otro y eso está en la particularidad de cada uno, por eso es que cada uno tiene su propio punto fantasmático, su propio fantasma fundamental y todos los síntomas y todas las trabas de un sujeto están en relación a eso y eso es lo que se repite en la compulsión a la repetición que es el punto de detención de toda su vida, de todas las cuestiones.

El fantasma es la atribución del goce al Otro, no es que yo goce con esto, es el otro quien me goza a mí, por lo tanto yo sufro de que el otro me goza y me hace hacer cosas. Esa es la trampa de la neurosis, pensar que es el otro quien me hace cosas cuando en realidad soy yo quien hace cosas, pero yo voy a encontrarme con que el otro me maltrata, el otro me echa, me excluye, me deja fuera…y hay que hacer un trabajo para ver que soy yo quien se mete en esas situaciones y principalmente que yo gozo de eso, porque en todo caso yo tengo un goce masoquista.

Ahora de lo que se trata es de darle la vuelta a esa posición para poder ver que yo puedo hacer muchas otras cosas mejores a que el otro me maltrate. Pero eso no significa que ya no vaya a ser más masoquista sino que voy a encontrar otro uso de mi goce masoquista.

Darme cuenta que yo le importo poco al otro, ese es parte del fin del análisis, donde Lacan ubica ese punto en el que él dice: “el Otro no existe”, el otro solo es una ficción que yo me he construido, dentro del escenario construido por mi para mi goce.

Yo del otro puedo seleccionar muchas cosas, pero no selecciono sus aplausos hacia mi, selecciono su mal trato hacia mí. Cuando el analista pregunta ¿En qué situación pasó esto o aquello? Ahí el paciente va a relatar momentos que no fueron seleccionados por su fantasma y el analista le va a subrayar “entonces ahí te estaban felicitando…, pero a usted solo le quedó el que le miraban mal…” Ahí vemos como el goce selecciona ciertos hechos y no otros.

Las aseveraciones serían interpretaciones que extraídas de las repeticiones que se producen en la transferencia apuntan al fantasma como un saber, construcciones fragmentarias que se anuncian sobre su verdad.

El analista debe señalar la posición subjetiva del analizante en el mundo, lo que determina sus relaciones con sus semejantes y las figuras del Otro. Fantasma que pasa desapercibido para el sujeto que vive inmerso en ellos y configura su “personalidad”. Las aseveraciones van dirigidas a que el sujeto se separe del fantasma fundamental, son interpretaciones que apuntan a la estructura simbólica que se repite en los fantasmas imaginarios, repitiendo el uso placentero del fantasma. Se trata de comprender que el fantasma no era más que un espejismo que permitía capturar un goce que proporciona una satisfacción paradójica: displacer.

Ahora el sujeto puede reconocerse en eso que goza.

En realidad la construcción del fantasma es dar cuenta de la manera de gozar que organiza la vida del sujeto

La interpretación tratará de desmontar la eficacia del fantasma para que el sujeto pueda tomar una cierta distancia de él y pueda tener elementos para su construcción, otra construcción de algo que ya está funcionando; porque la construcción no es  para que funcione sino para saber de ese funcionamiento.

Es evidente, que esta interpretación no puede hacerse al comienzo de una cura, ya que se basa en lo que el analista conoce de su paciente.

Podríamos preguntarnos si el significante deja de tener importancia para Lacan; obviamente no. El fantasma forma parte de los dichos del sujeto, del material; aunque también hay una parte que no aparece en los dichos, lo real.

La clínica psicoanalítica no es dirigir el proyector hacia el fantasma, es obtener una modificación del sujeto en su relación con el fantasma. Es pues una clínica de la verificación y que lo que del fantasma aparece en los dichos es un efecto segundo.

Este real está presente en la transferencia como puesta en acto, en la transferencia algo busca satisfacerse, en el cual el analista está en correlato con una satisfacción. Y aquí es importante la presencia del analista.

Antes de abordar la cuestión de la presencia del analista, quisiera cerrar el círculo, empezamos hablando de  la búsqueda del sentido por parte de Freud, encontré un ejemplo en que Freud va en dirección contraria. Alix Strachey, paciente de Freud tras una semana crítica en su análisis tuvo un sueño significativo. Le contó su sueño a Freud, trabajando sobe él. Después, Freud dio una interpretación y al terminar se levantó para ir a buscar un cigarro diciendo que “insights como estos merecían ser celebrados”. Alix protestó, señalando que aún no había acabado de contar todo el sueño, a lo que el profesor replicó: “no sea codiciosa, ya hay bastante insight para una semana”.

El interés de este fragmento, para lo que a nosotros nos interesa es ver la manera de Freud, aquí, de suspender el despliegue del sentido por medio del corte de la sesión.

 

Lo que yo insisto en subrayar es el cambio que se produce en el desarrollo  teórico lacanianio. Si bien se parte de un INCONSCIENTE TRANSFERENCIAL, subsidiario de la articulación S1-S2, donde el analista es el partenaire del sentido; se va a llegar a un INCONSCIENTE REAL, donde hay una falta de ligadura entres S1 y S2. Un S1 que no hace lazo. Entonces ¿Cómo se sitúa el analista cuando no puede operar con la interpretación? Aquí se reconsidera el saber, en tanto que ya no interesa un saber relacionado con la verdad sino un saber hacer con. El analista  se sitúa entonces como partenaire del anudamiento o del síntoma.

Desde ese lugar el analista escucha desde la extrañeza, que al analista le sea extraño lo que el analizante dice está relacionado con lo que Miller llamará “efecto de agujero”, Aquí el analista agrega un vacio.

 

EL ULTÍSIMO LACAN

Lacan se cuestiona su postulación del lenguaje como estructura del inconsciente e introduce el concepto de Lalengua.

En este sentido cuestiona el concepto de la palabra y la ubica más como goce que como comunicación.

Es el momento de la NO RELACION; del NO TODO

  • Entre el Significante-y el significado
  • Entre Hombre- y la mujer
  • Entre el Goce- y el Otro

Se propone pensar al Sujeto como respuesta de lo Real, rompiendo con la primacía de lo simbólico y del significante.

Todo esto “arranca” en el seminario de los cuatro discursos, donde Lacan plantea la circulación del goce a partir de la inclusión del otro en el lazo social, lazo que finalmente  se plantea como imposible.

En este giro hacia la  NO RELACION presenta el significante UNO (S1) al que también denomina Letra, el cual se inscribe sin ningún efecto de sentido. Frente al par significantes S1-S2…

Como decíamos, frente al lenguaje, lo simbólico, ahora introduce Lalengua, como articulación entre el goce y el significante, o un saber que se escapa a su matematización (una vez más el No todo).

Totalmente centrado en la clínica del goce, en lo que no cesa de repetirse.

Si bien hasta el momento el rasgo único era  el rasgo unario, el cual sostenía la identificación fundamental con el ser hablante; a partir del seminario 19, plantea que hay un significante (UNO) que permanece solo, es decir que no se enlaza a ningún S2; sino que existe sin ninguna articulación de sentido.

Lacan lo define como “lo que existe, no siendo”.

Entonces se pasa de un cuerpo como Uno a partir de la imagen especular y su articulación con el deseo del Otro, Uno como lo que “hace al ser”, en tanto que el ser esta hecho por el sentido que de él se emana; a un UNO de goce; lo imposible de decir como modalidad de insistencia del goce el cual se sitúa fuera de todo sentido.

El UNO del final señala aquello que resta una vez producido el vaciamiento de sentido fantasmático de los síntomas. Una vez que ya no está la seguridad que nos daba el fantasma. Ahora el parlêtre se las tiene que arreglar con ese UNO-SOLO de Goce.

Lacan va a decir que se trata de un saber desembrollarse del mismo modo en el que un hombre se las puede arreglar con una mujer, dice Lacan “él nunca llega a conocerla del todo, más bien, la desconoce. Tampoco llega a comprenderla, al contrario, ella siempre presenta una dimensión enigmática que concierne a su modo de gozar. Sin embargo, un hombre puede inventar modos de hacer con ella, de interpretarla, de manipularla, son los términos que usa Lacan, y así se desembrolla. De este modo se pone en juego la invención de un “saber hacer” que no pasa por ninguna forma de pensamiento ni de representación, una invención que no corresponde al saber en tanto conocimiento”.

Para ello, como luego veremos, se necesita de la persona real del cuerpo del analista. Se necesita de ese cuerpo para que, al igual que un tambor, haga de percusión, de caja de resonancia que produce el golpe que Lalengua produce sobre el cuerpo viviente y que compromete al cuerpo contingente como tal.

 

El psicoanálisis ya no opera, en estos momentos, a nivel del sentido. En el núcleo del síntoma hay siempre un mal entendido, un sin sentido. El signo.

El lenguaje ya  no tiene solo un efecto de significación, también tiene un efecto de goce que obliga al sujeto al eterno retorno. El goce reconduce al S1 y es situado en el propio cuerpo y en tanto que Real, hace límite a la interpretación.

También hay un cambio en cuanto al Sujeto, este está hecho en tanto que Falta-en ser y esto mismo es lo que lo divide. Ahora Lacan introduce el perlêtre, sujeto más el cuerpo. El parlêtre goza cuando habla.

Esto tiene, como sabemos y ya hemos dicho, efectos sobre la interpretación, en tanto que el goce reconduce a un S1, solo, separado del Otro, a un significante sin sentido; de ahí que se pone en cuestión la pertinencia de operar sobre el goce a partir de la  palabra.

De los matemas, Lacan va a pasar al nudo borromeo, dando primacía a lo Real frente a lo simbólico.

Con el nudo, Lacan transmite la experiencia analítica, y lo considera fundamental para bordar la clínica.

Podemos decir entonces que para dar cuenta de la experiencia humana en general, contamos con tres registros fundamentales, tres categorías que nos permiten ordenar ciertos fenómenos de los vínculos entre los seres humanos. Lo real, lo simbólico y lo imaginario.

Para poder mantenerse en un discurso y en un vínculo social con los otros, el sujeto, podemos decir, tiene que mantener estos tres registros anudados, logrando así una consistencia que llamamos “realidad”. Se trata de montar una ficción simbólica e imaginaria para enfrentarse de alguna manera a lo real insoportable para cada quien. Pero esta “protección” implica a su vez una limitación de goce, cuyo modelo lo tenemos en la prohibición del incesto, en la ley fundamental. Una ley simbólica que interdicta el goce, a partir del Nombre del Padre como representante simbólico de la ley.

El Nombre del Padre tendrá entonces la función, para cada asueto, para cada uno, de sostener unidos los tres registros: imaginario, real y simbólico. Con eso tenemos una idea de lo que es el nudo Borromeo. Es decir, que cada uno de los tres registros se anuda con los otros, haciéndolos consistir. Por lo que si se rompe alguno, se rompen los otros.

 

Ese Nombre del Padre, ese Otro como cuarto nudo, tiene un defecto, no es nunca completo y omnipotente, es inconsistente siempre. Esto tiene que ver con la estructura significante, la que excluye la referencia absoluta. Es decir, la estructura significante es a partir de una falta, de la diferencia. Es el sujeto que tendrá que hacer algo con esa falla en el Otro, suplir de alguna manera eso que está estructuralmente fallado.

Es por eso que ningún nudo de tres será totalmente exitoso; será el sujeto el que tendrá que inventarse un modo propio de hacer con eso para mantener unidos los tres registros.

En la última enseñanza de Lacan tenemos al sinthome como cuarto nudo. El síntoma como Nombre del Padre que al final de un análisis se reduce a un resto, a lo indecible, lo inanalizable, el real con el que cuenta cada sujeto.

Jacques-Alin Miller retoma este punto hablando de “un gran desorden en lo real”, hipótesis sostenida en la conmoción de los puntos de referencia que teníamos bajo el régimen del Nombre del padre, por la incidencia del discurso científico unido al liberalismo capitalista.

Ya no se trata de lo real en tanto lo que vuelve al mismo lugar, lo real asociado a la naturaleza. Se trata de un real sin ley, que no siempre retorna al mismo lugar; se trata de un goce opaco que contamina lo simbólico Para ello está el elemento operatorio llamado el Deseo del analista.

El deseo del analista.-

Es el producto de su propia experiencia y desde ahí que será capaz de conmover la fijeza del goce sintomático.

Es un vacío desde el que se interviene (lo Real implica la evacuación completa del sentido y de nosotros como intérpretes).

La Interpretación incide directamente en el cuerpo al igual que la pulsión.

Ejm. Suzanne Hommel; se levantaba angustiada a la hora en que los judíos eran llevados por lo nazis, en la guerra. Lacan entonces acaricia el rostro haciendo un gesto en la piel Geste à peau (Gestapo).

Lacan cambia la economía libidinal, algo en relación al goce mortífero cambia. Vemos como algo de lo real e incluye dentro de un enramado simbólico y por lo tanto hay que emplearlo en función de la ocasión.

La interpretación hace resonar el efecto de agujero.

Lo real resuena, en el cuerpo

Entre el s1 y el s2 hay un corte, un significante nuevo adviene, que resuena en el cuerpo. “La resonancia corporal de la palabra, es decir, el eco del decir en el cuerpo”. En el seminario XXIII Lacan va a decir que “las pulsiones son el eco en el cuerpo de que hay un decir”.

El analista realiza un forzamiento del sentido; “molesta” el efecto de sentido y es por esta vía que se alcanza el goce que afecta el cuerpo. El goce Uno es el cuerpo.

Ejmp. Una paciente confiesa que su analista iba a “penetrarla por la cabeza”; el analista le responde “La condición de que pase lo que usted dice, es tener un agujero en la cabeza”.

La interpretación en el último Lacan es efecto de agujero; se vale del significante para apuntar a lo real del goce. La clave es que lo verdadero quede a la deriva y que no se convierta en una verdad sólida. Algo de la verdad siempre miente ya que bordea lo real del goce; el psicoanálisis entonces, no es un ejercicio de lo racional.

Buscar el estilo del sujeto para poder escribir algo de ese goce singular. El goce propio del sinthome excluye el sentido y luego se escribe.

Entonces, es importante diferenciar entre la identificación y la resonancia. Lo que resuena lo hace sin rasgo. No hay un rasgo que sostenga la resonancia.

Lo que nos resuena es aquello con lo cual no podemos identificarnos, no podemos “engancharlo” a ningún rasgo, es decir que nos es “extraño”.

Lacan en su Seminario 24 acerca de la dificultad de hacer pasar la categoría de lo real, advierte que no es fácil porque implica la evacuación completa del sentido y de nosotros como interpretantes. Y según Miller se trata de un cuestionamiento del lenguaje. Una cirugía del Uno que alcance lalangue, lo escrito en la lengua, en el cuerpo.

Esthela Solano en un comentario sobre su análisis con Lacan relata: Hice un análisis con el Lacan de la última enseñanza. No había posibilidad de asociar libremente. Lacan iba directamente, en su operación analítica, a producir el inconsciente real como puro agujero, cortando la intención de significación, de comunicación. Eran sólo dos o tres palabras, y se producía el corte. No dejaba nunca que le contara un sueño. Enuncio la primera frase de uno: “Se trataba de una mujer que venía a (venait à) Paría, un equívoco con la frase “quiere nace en” (veut naît à). Lacan decí “eso es”, y corta la sesión.

Salgo y por primera vez escucho la vertiente de un sentido nuevo a partir del equívoco de la lengua en la que me estaba expresando. Comencé a escuchar lo que decía, y en cada corte encontraba lo que surgía.

Cortar es separar S1-S2, cortar para que no tenga sentido y encontrar un sentido nuevo al S1 traumático. Lacan sabía hacer eso. Cuando me veía sin poder más con lo traumático se imponía, se acercaba, me tomaba la mano o el brazo…Esa es la dimensión del inconsciente como real. No eran intervenciones universales, sino singulares de cada análisis que Lacan dirigía.

“La interpretación se trata de un forzamiento por el que un psicoanalista pueda venir a hacer resonar otra cosa que el sentido, esto es hacer resonar el efecto de agujero”.

“Lo real más que demostrarse se imagina por su resonancia”

 

La presencia del analista.

La presencia del analista podemos verla desde lo imaginario, en relación a la cuestión del amor, también desde lo simbólico, si la remitimos al sujeto supuesto un saber; en su última etapa, Lacan la va a remitir a lo real y la va a situar en relación al cuerpo.

Es un momento en que va a decir que la suposición del sujeto saber no basta, aunque es la condición necesaria para instalar la transferencia; “un análisis es una experiencia de palabra, pero no sin la presencia de dos cuerpos”, “si existe algo denominado discurso analítico, este se debe a que el analista en cuerpo, con toda la ambigüedad motivada por este término instala el objeto a en el sitio del semblante”.

Entonces la posición del analista como fruto de su propio análisis es saber dar un paso al costado ante el intento del analizante de que responda desde el lugar el Otro y orientarse en su deseo en posición de objeto causa al que instala en el lugar del semblante.

Después Lacan va a ir un poco más allá, con su seminario de un discurso que no sea semblante va a empezar diciendo: “mi intención es que se larguen de donde están, algo así como que abandonen posiciones previas”.

En el ultísimo Lacan, el síntoma pierda fuerza, todo el proceso se centra en lo real, del deseo del Otro de la palabra se ha pasado al Otro del goce, al Otro del cuerpo, por lo tanto la práctica y la interpretación también dan un giro del sentido al sinsentido, porque desde el sentido el goce no se puede “atrapar”. El sinthome apunta a lo singular del goce. Lacan llama sinthome a algo que no es susceptible de atravesamiento, no puede ser reducido a cero. La idea es más bien que la relación del sujeto con el sinthome se vuelva satisfactoria.

El hombre tiene un cuerpo, o sea que habla con su cuerpo; dicho de otro modo, parlètre, hablarser, siendo ahí donde podemos ubicar lo real (lo real que cortocircuita el lenguaje y el cuerpo) a nivel de goce opaco propio del síntoma, opaco en tanto que excluye el sentido.

Es decir que hay algo fuera de sentido que se acomoda al cuerpo, el goce. ¿Qué hacer con él? Nada, tan solo “adaptarse a él”, poder hacer algo con eso es acomodarse a él. Aquí entra en juego el cuerpo del analista, necesario en cuanto su presencia que hace de condensador de goce.

Para esto el analista presta su cuerpo, en tanto vacío de goce, gracias a su propio análisis y a la supervisión (herramientas que le ayudan a posicionarse frente a la disposición de dormir ante lo real, alejándose de su propia subjetividad, de sus propios fantasmas y de la posición de comprender).

Con lo que la presencia del cuerpo del analista, en tanto que cuerpo real, es crucial para captar de qué se trata en análisis, el analista en calidad de objeto a, permite condensar el goce.

Miller en “Sutilezas analíticas” va a decir que la prueba del objeto a lo constituye la necesaria presencia del analista, en carne y hueso en la medida en que hay una parte no simbolizada del goce. Una vez más vemos que es desde la puesta del cuerpo que el analista puede aprehender lo que ocurre con el semblante. La cura, el tratamiento por la palabra, no deja de lado al cuerpo, sino a un lado, lo aparta, evita el cuerpo a cuerpo, pero éste está presente para representar al semblante.

El goce no se puede interpretar pero puede ser interpelado en la medida en que, gracias a la presencia del analista, algo de él se presentifica.

Es el  tiempo del silencio, Freud lo advierte: cuando las asociaciones del paciente se detienen es el analista, su presencia, quien ocupa el lugar de la palabra. “El silencio no anula el saber, anula el saber expuesto y produce la suposición de saber, la suposición de que él lo tiene y no quiere darlo. Esto es suficiente para hacer del saber un objeto escondido”…ubicado en la serie de objetos pulsionales.

Ahora encontramos “análisis” por webcams, que ya están ofreciéndose en las redes sociales, nosotros sabemos que si bien no es necesario que haya diván para que haya análisis, sí es bueno que esté para cuando conviene  poder evitar la fuerte pregnancia del analista,  lo que en realidad se refuerza es la ilusión de la presencia de un sujeto, cuando de lo que se trata es de un cuerpo y una voz átona.

Ante la pregunta de si podemos pensar en un análisis por escrito, por teléfono; Miller responde a todo esto declarando “que es necesario que el analista ponga el cuerpo para representar la parte no simbolizable del goce”. La tecnología nos permite sin duda estar allí sin el cuerpo, pero estar allí sin el cuerpo, es no estar allí, no es la verdad verdadera. Miller dice: “sin duda les van a decir; se puede dar la voz, la imagen, mañana se ofrecerá el olor, y hasta un clon, pero aún así habrá, en el próximo milenio, una parte no simbolizada de goce y ella requiere la presencia de analista”.

El sujeto, en tanto del significante, está hecho de falta-en-ser, que es lo que lo divide. Por eso, Lacan, sustituye el término sujeto por el parlêtre que es lo contrario de falta-en-ser. El parlêtre es el sujeto más el cuerpo, es el sujeto más la sustancia gozante.

El sinthome viene a nombrar el modo de goce del Parlêtre, entendido como los efectos de lalengua sobre el cuerpo. Ya no se trata del sujeto representado por los significantes, como falta en ser, Lacan, ahora, está centrado en estos momentos en lo real del goce, en lo no simbolizable.

“Cierto es que en un análisis se opera con el lenguaje, pero el analizante acude al analista con Un-cuerpo, un cuerpo donde se coloca un goce del que no se sabe nada. Por eso un análisis es también un encuentro entre dos cuerpos y en ese sentido el analista debe estar advertido de su propio goce”.

Por lo tanto la clínica del sinthome introduce un saber hacer para el analista que opera con el lenguaje y con el cuerpo.

 

Carta a mi analista

La filósofa María Inés La Greca le pone palabras a un final “para aquello que mostró ser una búsqueda de un yo”.

¿Cómo se termina el análisis? ¿Cómo se puede pensar en un final para aquello que mostró ser una búsqueda de un yo, un traer a la palabra, al tiempo del análisis y el espacio de la sesión, algo que no estaba antes si bien tampoco diríamos que no estaba?

Mejor aún, ¿cómo se le escribe a la analista una carta, un texto personal, íntimo, sin poner en riesgo, sin transgredir el límite de la subjetividad de analista frente a mí, aunque también es subjetividad y punto, persona, cuerpo?

¿Cómo te hablo, I., hoy, que performamos –al menos por hoy– un fin de la terapia?

Si hay fin, hay límite. Y si hay límite, hay transgresión posible.

Quiero habitar por este rato, junto a vos, el límite y la transgresión, aquello que pude entender y hacer gracias a la terapia.

Quiero hablarte de las sensaciones en mi cuerpo ante el decir del fin de la terapia. Quiero hablar de mi tierna resistencia. Quiero hablarte de mi angustia fugaz. Quiero mostrarte cómo entendí que el fin que anunciaste había llegado cuando sentí que dijiste algo que las dos veníamos evitando, evadiendo, retrasando.

Quiero describirte la sensación de separarme de algo muy mío, con la simultánea conciencia de que llegó el momento y de que voy a extrañarlo: a extrañar-te. A extrañar-nos.

Quiero disfrutar alegre y casi pícaramente de transgredir el límite de la construcción analista-paciente que consiste en mantener separados y distinguidos dos cuerpos, uno frente al otro, para que la transferencia sea, transgredir para mostrarte cómo esa transferencia me ha enseñado a no temerle a la transgresión, a jugar con los límites, a no temerle al cuerpo, a borrar los límites entre mi cuerpo y todo ese yo que vine acá a buscar y construir.

Querría abrazarte muy fuerte, querida I., y darte la alegría de mi yo encontrada en el deseo de transgredir la separación que tuvimos que construir y que, como toda construcción limitante de los cuerpos, ha perdido ya su vigencia, se ha vuelto ficticia, imposible.

¿O no hemos sido cada vez más, en este lugar y tiempo nuestros, una y la misma mujer que se habla a sí misma?

Es justamente en este falso fin del análisis en el que se devela que lo terminamos una… ya no dos cuerpos distintos en oposición, como los primeros días, sino como un cuerpo doble, producto de haber buceado, con la excusa de que hablábamos de mí, nuestras más íntimas profundidades. Por eso, éste es un falso fin, porque mientras performamos la escena de una despedida, estamos inaugurando una marca permanente para ambas. Hoy algo se termina pero en el terminarse se muestra a las claras el hacerse de un lazo que será permanente: yo no seré más yo, la que vino hace siete años, de ahora en adelante. No hay verdadero fin del análisis porque su potencia poética recién empieza.

Vos me dejas ir sola a una vida que será posible porque estuvimos siete años reconfigurando el relato que la sostiene. Un relato que lo primero que sabe es que no es condena, ni clausura… sabe que es imaginario: hecho de mis palabras más mías y ajenas a la vez. Hecho de hechos revisables, re-escribibles, dúctiles, en cierto grado, a la fuerza de mi deseo. Un relato que es menos estructura que parche, sutura imaginaria de una serialidad de los días y, a la vez, soga, cuerda, cuyos nudos hice y deshago gracias al hilo imaginario del que provienen.

Me voy con una concepción nueva del ser y del tiempo. Nueva para mí… distinta de la que traje… transmitida por vos: una luminosa comprensión de la contingencia, del azar y la apertura por definición de cualquier futuro real –posible– frente al futuro expectativa, que tanto puede pecar de temeroso como de ilusoriamente ilusionante. He aquí un verdadero don del análisis: la vivencia de la libertad al nivel del imaginario; la capacidad ejercitada y ahora desarrollada de mirar hacia adelante y verdaderamente ver poco, o casi nada… ver que no veo una imagen clara, sino una mezcla de deseos posibles y circunstancias esperadas, pero sabiendo que no están allí, ya, esperando. Y  ese saber, ser libre. Libre del peso de un ilusorio temor concreto que podría no ser; libre de una ilusión temerosa de fracasar, cuando toda ilusión no es más que deseo ansioso, pero nunca realidad asegurada.

El don de la ceguera respecto del futuro que es apertura existencial a las múltiples reales posibilidades que puedo tanto desear, querer ver reales, como puedo poner entre paréntesis, sabiendo que para la realidad con mi solo deseo no alcanza. Y sin embargo, es esa deflación del poder ciego del deseo lo que mejor le viene a mi ser deseante. Otra liberación más: la de no culparme ya si con el deseo no alcanza. Ahora sé que como dueña de mi deseo solo soy dueña de la experiencia de mi dirección y mi potencia… pero después viene el mundo, el mundo y su materialidad; el mundo y sus otros-yo que pueden o no acompañar mi deseo… que pueden o no, no por mí, ni por mi culpa, sino por su propio lidiar con el relato que los hace, un relato otro, distinto, y que son el azar y las circunstancias los que los intersectan con el mío.

Por eso no hay lugar real para la tragedia. Porque ya no hay héroes o víctimas, sino un pequeño sabio reconocer que es en un frágil ahora, que se extiende esperanzado en el tiempo, en el que siempre me encuentro.

Hay más lugar para una comedia, que es reír irrespetuosamente frente a lo trágico y no reconciliación para con mis circunstancias. No, no se trata de aceptar que solo hay lo que hay: se trata de mirar detenidamente, estudiar lo que hay, descubrir donde estoy insuflando tragedia a lo que es dificultad o azar, y dejar de soplar para poder actuar.

Otro don del análisis: el de la risa contra uno mismo. La caída de un insufrible género de la seriedad sacra de la vida para encontrar liberadoramente lo menor, lo irrisorio, lo gracioso de todo drama. ¿Se ha tematizado suficientemente el valor curativo de la risa en el análisis? Nosotras, I., nos hemos reído realmente mucho: reírse en el trabajoso deshacer y rehacer de la neurosis. Don poderoso del análisis: faltarle el respeto a la propia neurosis: esa distancia crítica que el análisis permite y que la risa posible señala como distancia-desplazamiento, como distancia ya transitada.

No me alcanza el tiempo para terminar de decir, de escribir, todo lo que el análisis pudo conmigo, todo lo que me pasó en terapia, todo lo que juntas hicimos en mí, en estos siete años.

Y aunque la distancia analista-analizada ha impedido que yo te conozca como vos me conoces a mí, no por eso ha impedido que yo te conozca como desde mi lugar de activa paciente he podido. He recogido en silencio, con esmero pero sin apuro, con cuidado y sin invadirte, pequeños signos de quién sois. Te he escuchado  en algún comentario al pasar, entre un abrir y cerrar de puertas. Fuiste una de las primeras personas a través de las cuales alcancé una precaria conciencia frente a la posibilidad de identificación que en ese comentario al pasar me brindaste. Pude también percibir a través de tus palabras y algunos de tus escritos tu vigente y rabiosa decepción para con un Perón-Padre masacrando a sus hijos.

Pude verte como modelo de una actitud menos inhabilitante frente a las miserias del mundo académico que ahora, por ello, puedo elegir no elegir.

Pude verte padecer la muerte de (…) el día que me pediste disculpas por cancelar una sesión y te sentiste en la necesidad de aclarar la razón tremenda que lo justificaba. Recuerdo que me lo contaste mientras te estabas aun acomodando en la silla para iniciar la sesión… que lo dijiste y te llevaste tu taza de té a la boca para tapar, probablemente, el gesto de dolor indisimulable que se desplazó como invasión incontrolable de lágrimas que controlaste al fin en tus ojos. Recuerdo no saber qué decir: ¿qué se le dice a la propia analista que cuenta que está padeciendo semejante pérdida?

Lo que en ese momento fue sentir que no podía ni decir ni hacer nada para consolarte como a un ser querido o una amiga que pierde a (…), ha esperado al día de hoy para ser un poder hacer: un efectuar esta transgresión de escribirle una íntima carta a mi analista. El abrazo que quise pero no pude darte ese día, I. querida, es hoy abrazo-carta, abrazo-palabra, abrazo-escritura, que elige este momento de interrupción de la terapia para volverse al final de estas líneas abrazo-cuerpo, abrazo-agradecimiento, abrazo-alegría por estos siete años de acompañarnos mutuamente en tu ser analista y mi ser analizada.

Gracias.

 

 Artículo publicado por Enrique Cortés.

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