En el año 1880 Josef Breuer, destacado científico vienés, comienza el tratamiento por medio de la hipnosis, de una joven, a la que llamó Anna O. quien padecía de síntomas histéricos: parafasia, strabismus convergens, perturbaciones graves de la visión, parálisis por contractura en extremidades superiores e inferiores, paresia de la musculatura cervical, sonambulismo, imposibilidad de hablar en su lengua materna y sí en otras lenguas, etc. Breuer agrega que en ella el elemento sexual estaba asombrosamente no desarrollado.[1] En 1893 publica junto con Freud, los Estudios sobre la histeria.
BREVE EXPOSICION DEL CASO
El tratamiento quedó interrumpido el 31 de diciembre de 1900. Su exposición escrita en las dos semanas siguientes, y no se publicaron hasta 1905.
En un momento determinado Dora es conducida a la consulta de Freud por su padre. El motivo es su comportamiento claramente histérico. Dora accede a ir. Nada más.
(¿QUÉ QUIERE DECIR ESTO? Freud adora al padre de Dora. Freud acepta el encargo de llevar a Dora “por el buen camino”; se posiciona del lado del padre. Dora no acude a la consulta por su propio pie; la llevan a consulta bajo amenaza.
1º Hay que poner atención a la “recepción de la demanda”, es decir, qué tipo de demanda es, y de parte de quién. Tenemos que saber a qué viene el paciente, por qué viene y derivado de quién viene.)
6 años El padre enferma de tuberculosis. La familia se traslada a B.
7 años. Enuresis (recaída)
8 años Aparece la Disnea (asma)
10 años El padre sufre un desprendimiento de retina
12 años El padre sufre un ataque de confusión y es atendido por Freud. Dora presenta migraña y tos nerviosa. Señor K es el nexo entre Freud y padre de Dora
14 años Escena del beso de Dora y el Sr. K.
16 años Dora acude por primera vez al consultorio de Freud. Escena del lago. Muere la tía de Dora
17 años Dora sufre una supuesta apendicitis (9 meses después de la escena del lago)
La familia de Dora abandona B. y se trasladan donde están las fabricas del padre.
18 años La familia se traslada a Viena. Intento de suicidio.
La madre, en cambio, no aparece en toda la historia. Es insignificante. Su lugar, en cuanto a modelo femenino materno, lo ocupa una tía, hermana del padre, que muere, como hemos dicho, cuando la muchacha tiene 16 años. El padre tiene una enfermedad venérea contraída antes de casarse. Esta enfermedad revestirá una gran importancia para Dora. En relación con ella aparece la expresión «catarro genital», de grandes connotaciones con el catarro de garganta de la chica. Aquél no es otra cosa que flujo vaginal. Dora pensará que ha heredado del padre el estigma sexual, del mismo modo que su madre. Aquí confunde la transmisión hereditaria y la transmisión a través del coito.
Exterior a la familia, pero en gran relación con ella, aparece una pareja, el Sr. y la Sra. K. Ambos son jóvenes y deseados, con hijos. Las dos familias se conocen en el balneario donde el padre de Dora pasa largas temporadas de reposo. Precisamente será a raíz de su enfermedad que trabará relación con la Sra. K. Es ella quien se desvela por cuidarlo, ya que la madre sigue ausente en todos los niveles.
Hasta aquí los datos históricos. A continuación veremos el desarrollo del análisis.
-Conjunto de razonamientos y argumentaciones de un discurso o una discusión y modo de ordenarlos.
Esta queja se corresponde con «un primer desarrollo de la verdad». Hay unos hechos irreprochables denunciados por Dora a Freud. A ello Freud responde con «una primera inversión dialéctica». Dora es cómplice de la situación. No es una simple víctima, sino que participa en el mantenimiento del juego. Con esto entramos en un segundo desarrollo de la verdad». Dora colabora no sólo con el silencio sino, como dice Lacan, con su protección vigilante. ¿Qué significan, entonces, los celos manifestados repentinamente por ella ante la relación amorosa entre su padre y la Sra. K.?
Para responder a esta pregunta nos situamos en la «segunda in versión dialéctica». Freud dice que no es el objeto supuesto de los celos el causante de la queja, sino que hay, oculta, una admiración hacia la sujeto-rival. Introduciéndonos, así, en «un tercer desarrollo de la verdad». Consiste en la atracción que experimenta Dora ante La Sra. K. Pero si la atracción existe debería existir también un considerable rencor ante la traición de su confidente femenino. Con ello nos colocamos ante la «tercera inversión dialéctica»: la Sra. K. es un misterio para Dora.
EL SR: K. OBJETO DEL DESEO DE DORA
(ERROR CONTRATRANSFERENCIAL)
Analíticamente no hay tales tendencias diferenciadas, sino un interés colocado en el matrimonio como tal.
Es cierto que Dora tiene una actitud afectiva hacia el señor K. En ese sentido es, como decíamos, cómplice de la situación. También tiene una actitud afectiva hacia la señora K. Pero, ¿en qué dimensión?
La señora K. es la pregunta de Dora. Su interrogación. Dora se interroga acerca de qué es la mujer. O, más exactamente, cómo puede la mujer aceptarse como objeto del deseo del hombre. La señora K. es la metáfora que encarna la respuesta a esta pregunta.
En un momento determinado, el señor K. corteja infructuosamente a la muchacha. Un día la invita a presenciar desde el balcón de su tienda unos festejos religiosos. En principio se trataba de que la visita de Dora se realizara a ambos, pero previamente el marido ha ocupado fuera del lugar a su mujer y ha despedido a los dependientes. Se queda él solo con Dora. En la escalera la abraza y la besa. Dora reacciona de manera similar a como veremos en la escena del lago: lo rechaza asqueada.
Freud juzga esta conducta como anormal. Una chica joven, ante una situación favorable a la excitación genital, tendría que sentir un cierto placer. Freud considera que siempre que se dé esta reacción u otra semejante en una circunstancia adecuada para la excitación sexual, debemos pensar en la presencia de histeria.
Lo que hace Dora en esta escena, al igual que en otros momentos de su vida, es una serie de desplazamientos. Tras el abrazo del señor K., a Dora le queda un dolor en el torso. Considera Freud que, además del contacto bucal, Dora debió sentir el pene en erección del hombre. Esta sensación, para ella desagradable, fue desplazada al torso, donde se había aplicado el brazo del señor K. Dora hace esto continuamente. Todos sus síntomas histéricos no son más que manifestaciones desplazadas de la sexualidad.
Le manifiesta su gran amor. Freud cree que posiblemente fuera sincero. Para rematar la declaración y darle mayor veracidad, le confiesa a la chica: «…mi mujer no significa nada para mí». Dora reacciona súbitamente abofeteándolo. A continuación se marcha irritada. Pretende regresar a la localidad rodeando el lago. Al preguntar cuánto tiempo le llevaría el camino le responden: «unas dos horas». Entonces decide utilizar el vaporcito que atraviesa el lago. En él se encuentra el señor K., que sigue insistiendo en su amor sincero. Dora ni siquiera le contesta. Se mantiene firme.
Dora hace de intermedio entre su padre y Ia señora K., pero necesariamente la señora K. debe estar, a su vez, entre el señor K. y Dora. Admite el juego desde esta regla estricta.
Si la señora K. cae, quedan sólo el señor K. y Dora. Por lo mismo Dora cae y quedan su padre y la señora K. El fundamento de la estructura es que Dora ama al padre.
Si se demuestra, por una caída de estructura, que la relación no es recíproca, Dora no lo soporta.
En el fondo Dora no es más que un objeto de cambio, vendida vilmente al marido para pagar su complacencia. Lo que hace Dora, entonces, es reivindicar totalmente el amor al padre, que le es negado totalmente. Con respecto a la bofetada, diremos que si el hombre significa algo para la histérica es, únicamente, porque se sitúa en el circuito de interés de la otra mujer. Ahora bien, la condición imprescindible de dicho circuito es que la mujer sea deseada por el hombre. Recordemos la escena de Dora contemplando horas y horas el cuadro de la Madonna. Dora está viendo en él a la señora K., pero no como homosexual, sino como mujer plena deseada por el hombre.
MAURICIO ABADÍ “Algunas reflexiones sobre la teoría psicoanalítica de las histerias” La escucha, la histeria.
SUEÑOS (Sueños de Dora)
Freud va preguntando a Dora ¿Qué otras cosas podrían obligarte a salir del cuarto por la noche? Con esta pregunta se pone con ella a buscar, no interpreta directamente (simbología flotante). En otros momentos si interpreta directamente el sueño (simbología fija).
Primer sueño: “Estaba ardiendo una casa. Mi padre estaba al lado de mi cama y me despertó. Me vestí rápidamente. Mi madre quería salvar su joyero; pero papá dijo: Me niego a que mis hijos y yo nos quememos por tu joyero”; salimos corriendo y en cuanto me encontraba fuera de la casa me desperté”.
Segundo sueño
“Voy paseando por una ciudad y veo calles y plazas, totalmente nuevas para mí, entro luego en una casa en la que resido. Voy a mi cuarto y encuentro una carta de mi madre, me dice que habiendo yo abandonado el hogar familiar sin su consentimiento, no había ella querido escribirme antes para comunicarme que mi padre estaba enfermo, ahora ha muerto y si quieres puedes venir. Voy a la estación y me pregunto cien veces dónde está la estación. Me responden siempre lo mismo: cinco minutos. Veo entonces ante mí un bosque muy espeso. Penetro en él y encuentro un hombre al que dirijo de nuevo la misma pregunta. Me dice: todavía dos horas y media, se ofrece a acompañarme. Rehúso y continúo andando sola. Veo ante mí la estación pero no consigo llegar a ella y experimento la angustia que siempre se siente en estos sueños en que nos sentimos como paralizados. Luego me encuentro ya en mi casa, en el intervalo debo haber ya viajado en tren pero no tengo la menor idea de ello. Entro en la portería y pregunto cuál es nuestro piso. La criada abre la puerta y me contesta: su madre y los demás están ya en el cementerio”.
MATERIAL ASOCIATIVO
Además, el segundo sueño anunciaba el desligamiento de Dora de su padre; el abandono del refugio de la enfermedad por la vida. La muerte de su padre en significa para ella la posibilidad de unirse a un joven como el de las asociaciones iniciales del sueño.
Sabe usted que su amor por K. no termina en aquella escena y continua vivo hasta hoy como desde un principio sostuve yo en contra de su opinión, aunque no tenga usted conciencia de ello”.
La sesión inmediata a esta última la paciente le anuncia que no seguirá concurriendo al tratamiento. Confiesa que hace quince días que lo piensa. Freud le dice que parece tratarse del despido de una criada o una institutriz. Dora asocia con otra institutriz que trabajaba con los K. y quien un día le hiciera confidencias sobre K., el cual le había dicho también a la institutriz que su mujer no era nada para él. Cuando K. le dirige las mismas palabras que a la criada, se dijo: se atreve a tratarme como a una institutriz y esa fue la causa de la bofetada propinada a K.
Freud le dice: para demostrarle lo identificada que está usted con la institutriz y su historia, se despide de mí como una institutriz tomándose un plazo de quince días.
El acto de rechazar la ayuda y seguir su camino tiene para ella una significación: puesto que todos los hombres son tan asquerosos prefiero no casarme, esa es mi venganza.
Aquí vemos la transferencia; con la adición del olor a humo ya le hace la primera advertencia. Freud no interpreta sobre su persona. La venganza sobre K. cae en parte sobre el analista merced a ese desliz. Lo abandona como ella se creyó abandonada. Actúa así un fragmento esencial de su recuerdo y fantasías sin poder verbalizarlas en la cura.
Este primer fragmento de la cura se anuda en el fragmento que le sigue cinco trimestres después, Dora llega nuevamente a la consulta de Freud demandando ayuda y diciendo que quiere terminar de contar su historia.
En el intervalo había habido un acercamiento a los K. donde consuma su venganza, le explica a la mujer que estaba perfectamente al tanto de las relaciones que mantenía con su padre, relaciones ilícitas que no motivan ninguna protesta por parte de la señora K. Obliga al marido a confesarle a su padre la escena del lago y termina con la relación con ambos. En el momento de llegar a la consulta vivía entregada a sus estudios y no pensaba casarse.
Acude a Freud por una supuesta neuralgia facial que la atormenta de día y de noche. Al ser preguntada por el tiempo de su dolencia dice que quince días. El analista lo relaciona con la fecha de aparición en los diarios de Viena de una noticia en la que se anuncia su promoción a catedrático.
Freud piensa que era un autocastigo, el dolor facial, por remordimientos sobre K. y el mismo Freud.
Por lo tanto no descuida esta vez la ocasión que le da su paciente de interpretar lo que antes eludiera y le dice que él ya le ha perdonado que lo haya privado de la satisfacción de haberla liberado más profundamente de sus dolencias.
Estas palabras marcan el final de la cura, Dora se libera también de sus deseos de venganza.
ANÁLISIS FRAGMENTARIO DE UNA HISTERIA “CASO DORA”. SIGMUN FREUD. BALLESTEROS
(Introducción) Silvia Baudini
MAURICIO ABADÍ “Algunas reflexiones sobre la teoría psicoanalítica de las histerias” La escucha, la histeria.
Hay una frase que os voy a leer: «El yo es una vez más la mitad del sujeto; y aun así es la que él pierde al encontrarla. Se comprende, pues, que se apegue a ella y que trate de retenerla en todo lo que parece reproducirla en sí mismo, o en el otro».
Así, pues, el yo no es el sujeto: yo no es =/=sujeto.
Precisamente, esta distinción pienso que la podemos promover a partir del texto de Freud sobre el Hombre de las Ratas, y en particular en la misma entrada del Hombre de las Ratas en el análisis.
Lacan define así la palabra: «Es un acto que, como tal, supone un sujeto». No es un acto que suponga al yo; es un acto que supone al sujeto. Veremos en qué tiene esto un cierto sentido.
¿Cómo llegará a ser ese síntoma la condición a partir de la cual un sujeto va a instituir al Otro y al sujeto-supuesto-saber?
En cierto modo, en la histeria se produce enseguida ese emplazamiento del Otro y del sujeto-supuesto-saber: es casi consustancial a la histeria misma. Por eso el análisis fue inventado a partir del encuentro con la histérica. Nadie puede imaginar -incluso cuando Freud habló de obsesión tempranamente- que hubiese podido inventar el psicoanálisis a partir del obsesivo. En cambio, lo que halló Freud como problema difícil para él, que tuvo consecuencias absolutamente determinantes sobre la elaboración de la segunda tópica, fue la obsesión. No pueden considerar la elaboración por parte de Freud de eso que se llama la segunda tópica -esto es, todo lo que se refiere al yo, ello, súper-yo, articulado con la cuestión de la pulsión de muerte- si no sitúan ese problema en el encuentro problemático de Freud con la neurosis obsesiva.
Para un obsesivo, la subjetivación del síntoma es indispensable antes de toda demanda de análisis. Hay montones de personas que son obsesivos; pero que no por ello le darán a su síntoma un valor cualquiera de verdad. Hacen de él el sostén de su existencia, organizando rituales alrededor del síntoma; nunca sacarán de ahí un argumento para ir a hablar de ello a alguien, ni para instituir a ese alguien como sujeto que supuestamente sabe algo sobre la verdad del síntoma.
También ahí, en la constitución de un síntoma, se puede aplicar lo que Lacan llamó el tiempo lógico. Todo el problema, para el obsesivo -porque es su estructura- es que el tiempo para comprender es para él -quizá, no siempre- desmesuradamente largo. ¿Por qué? Porque nunca llega el momento de concluir. La conclusión es el acto, para todo el mundo, sea o no obsesivo, histérico, etcétera. El acto es lo que permite concluir. Suspender el acto es, en el fantasma, eternizar el momento de comprender.
Todo eso puede localizarse en la observación del Hombre de las Ratas. Por ejemplo, no sabía qué nombre darle a la culpabilidad, a la culpabilidad en tanto que está articulada con el súper yo.
Así se le dio ese nombre de conciencia inconsciente de culpabilidad. Vale decir que hay una especie de paradoja en hablar de conciencia inconsciente de culpabilidad; pero no tenía las herramientas conceptuales para captar cuál era la función del súper-yo.
Cuando el Hombre de las Ratas llegó a casa de Freud, como ustedes saben, había pasado por un período militar, que le contaría a Freud durante las primeras sesiones. El relato de lo que Lacan llama «el trance obsesivo» lo hace el Hombre de las Ratas a Freud durante las sesiones segunda, tercera, cuarta; no durante la primera.
En primer lugar, por el amor de transferencia: le da a Freud lo que éste quiere oír; y eso incluso cuando el Hombre de las Ratas no lo sabe todo -no sabe gran cosa- sobre el psicoanálisis. Leyó un poco, pero verdaderamente no llegó muy lejos. Es el amor lo que determina su palabra.
En segundo lugar, es un neurótico. Le dice a Freud -no con estas palabras, claro está: «Soy un neurótico, y voy a probárselo: tengo una neurosis infantil». Sólo que Freud –presten atención, estamos en 1907; es por esto que mencioné al Hombre de los Lobos- no ha puesto aún el acento sobre la neurosis infantil. Hará falta que sucedan todas las historias con Jung y con Adler para que, analizando al Hombre de los Lobos, ponga el acento sobre la cuestión de la sexualidad infantil, como aquello que separa definitivamente a los junguianos de los freudianos.
Evidentemente, Freud tuvo razón en hacer lo que hizo, basta con ver sus notas; pero tuvo razón porque fueron los neuróticos quienes se la dieron, antes incluso de que elaborase ese asunto.
Así, pues, el Hombre de las Ratas se presenta como un neurótico porque tiene una historia infantil; una historia infantil en la que se constituyeron ya un cierto número de síntomas para él. Si hubiese sido psicótico, jamás habría hablado así de su infancia, o sólo dé pasada. Este es un diagnóstico diferencial. Sean cuales fueren los azares más o menos supuestamente delirantes de un sujeto, si hay una neurosis infantil es un neurótico.
Freud sólo hace una entrevista preliminare. En esa primera sesión, en la que le plantea sus condiciones al Hombre de las Ratas, éste le manifiesta estar de acuerdo… después de haber consultado con su madre, lo que no es ninguna minucia. Es la segunda sesión la que nos conduce a la cuestión que voy a tratar; a saber, el trance.
Como ustedes saben, el sujeto está alarmado. Mientras hacía su servicio militar, había perdido sus gafas, y mandó un telegrama a Viena para que a vuelta de correo le mandasen las gafas perdidas. Una vez más -podemos hacer este comentario de pasada- la cuestión de la mirada no está ausente de la cuestión de la obsesión; aquí está al menos por el intermedio de las gafas. Pero esto no es lo más importante. Lo que es más interesante es el encuentro con aquél a quien Freud, y el propio Hombre de las Ratas llaman «el capitán cruel» ¿qué sucedió ahí?
Pues bien, en la medida en que el yo del Hombre de las Ratas está constituido en esa proporción particular con el otro, con el capitán cruel, están ambos en el eje (a—–a’) del esquema L.
¿Cómo hace surgir al Otro [A]? Lo hace surgir por el eco que produce en el pensamiento del Hombre de las Ratas el aprés-coup inmediato del relato del suplicio. En el aprés-coup inmediato de la audición del relato del suplicio, el sujeto piensa en su padre muerto, y en su dama; es decir, en las personas más idealizadas que podía tener en el registro de su pensamiento. Se trata de figuras que se sitúan en esa relación particular que mantiene él mismo con lo que llamamos el ideal del yo.
El hecho de que pueda pensar algo tan horrible como que el suplicio pueda sucederles a las personas por las que siente un mayor afecto, es ahí exactamente donde se sitúa para él, el registro de Ia angustia, en tanto que ésta hace signo del Otro. Se trata de algo que está más allá de todo saber, más allá del espejo-digámoslo así, más allá del espejo del semejante, y que para él, es el eco de una verdad de la que él mismo es depositario.
Es Freud quien nos dice eso; puesto que cuando le ve contar el relato del suplicio, ¿qué es lo que observa en la cara del Hombre de las Ratas? Es una nota de Freud: la marca de un goce ignorado por él mismo. ¿Cuál es ese sentimiento de horror? ¿De dónde sale? Está en esa relación en la que el sujeto Hombre delas Ratas no tiene ya a su disposición la estructura de lo imaginario, en tanto que es constitutiva del eje (a—– a’) del esquema L,
Lo imaginario no es ya para él garante de lo que forma las coordenadas de su mundo. Hay algo distinto que surge ahí, algo que viene a surgir para él a partir de la mirada que puso sobre otro, sobre el capitán, que gozaba con su relato. La diferencia entre el Hombre de las Ratas y el capitán es que aquél siente horror por su goce, no lo conoce, mientras que el capitán se presenta como amo del goce. No le causa disgusto; puede contarla porquería más grande, sin ningún disgusto; goza de ello sin dificultad, sin retención, podríamos decir.
¿Qué sucede en ese momento? Precisamente, en el aprés-coup de ese momento que acabo de decirles, el capitán le dice: «Debes devolver 3,80 coronas al teniente David».
¿Cómo prevenirlo? ¿Qué hacer con eso que surgió como pregunta? como pregunta que viene siempre del otro. Lo que oyó fueron significantes. Fue un goce lo que vio en el rostro del capitán, pero con todo, lo que oyó fueron significantes: rata, ano, suplicio… Así, pues, fueron intrusiones significantes en su orificio articular las que engendraron angustia como sentimiento del Otro.
En el aprés-coup, el capitán le dice: «Debes devolver…»; pero él no debe nada. A eso precisamente el Hombre de las Ratas va a aferrarse, a fin de que la angustia, en tanto que le reveló algo, fuese, si era posible, apartada de aquello con lo que tenía que enfrentarse. En el fondo, iba a elevar ese «debes» del capitán a la función de lo que llamaremos con Lacan un significante amo: S1 .
/S a
En primer lugar, el capitán le designaba a otro, semejante a él: esto es, alguien con quien iba a poder intentar reconstituir la fractura imaginaria que había sufrido a causa del relato del suplicio. Quería reconstituir su yo, o dicho de otro modo, iba a intentar precaverse, obstaculizar, la verdad que surgía del Otro a base de reforzar la dimensión imaginaria, su relación con el otro, para conseguir que el Otro, aquel que se planteaba en verdad para él, a partir del efecto que produjo en él el relato, fuese reprimido. Halló, pues, en la intimación del capitán, una ocasión para reconstituir su yo a partir de la relación que iba a tener con el teniente David. Eso es en efecto lo que sucedió.
Evidentemente, eso ocurría con todos los síntomas que tenía en la cabeza, puesto que cuando el capitán le dijo: «debes devolver… al teniente David», él pensó en seguida: «Si no lo devuelvo, ese suplicio le será aplicado a mi padre y a mi dama; les aplicarán a ambos ratas en el trasero». Lo esencial para él era actuar de tal modo que ese «debes devolver» fuese realizado, para que lo que imaginaba del suplicio aplicado a las personas que le eran más queridas, no sucediese.
En el punto del que hablo, en el relato que él mismo Ie hace a Freud, no quiere que lo que surja para él como idea obsesiva, tenga valor de verdad. Quiere que permanezca en el nivel de la idealización; quiere garantizar lo que constituye el sostén de la idealización, de su goce de la idealización. Eso les da ya una idea: la de que entre el ideal tal y como se propone en todas partes, y la verdad, hay una diferencia; y que justamente la verdad no es un ideal; y que seguramente el ideal no es una verdad.
Sigamos con el «debes». Va al encuentro del teniente, y éste le dice: no me debes nada. Y es entonces cuando empieza la combinatoria en su cabeza, en la que va a reunir un cierto número de figuras. Cuando digo figuras se trata, claro está, de semejantes; son militares, como él: David, Ehrlich, etcétera. Una serie de otros que, en serie, están encargados, en su cabeza, de garantizar la estrategia que está constituyendo. Es una estrategia estrictamente imaginaria; esto quiere decir que lo imaginario es lo que guía la estrategia en cuestión, y que no debe haber la más mínima falla en la estrategia que él imagina, no sea quede nuevo la dimensión del Otro como verdad pueda surgir.
Es todo un circuito, en el que plantea la estructura significante del juramento que se ha hecho a sí mismo; se trata de todo lo que constituye el soporte de su gran angustia. Ese circuito tendría que evitar que el suplicio fuese aplicado a las personas que idealiza al máximo.
Todo eso, el Hombre de las Ratas lo imagina; y por eso Freud lo llama un delirio. Pero no es un delirio; el Hombre de las Ratas no delira. Lacan está mucho más acertado cuando habla de trance.
El Hombre de las Ratas no delira, sino que calcula. Calcula y organiza el sistema a partir del que podrá evitar la verdad del goce.
Todo eso lo calcula para conseguir que, por una parte, el ideal -lo bello, lo bueno- se sostenga. Y por otra parte calcula por la conexión que hay entre la verdad y lo real; porque el relato Ie ha evocado algo que se refiere a su relación con la pulsión. Lo que ha recibido como huella de la verdad del Otro es algo que le ha afectado en el lugar mismo en que no se puede defender de ello, es decir en el cuerpo.
Digo en el cuerpo porque la angustia, si es que se manifiesta en alguna parte, es efectivamente en el cuerpo, en tanto que es la señal de un peligro que no es exterior, sino que es interior, interno. Se trata del peligro de algo que tiene que ver en el más alto grado con su pregunta sobre el deseo. No les habrá de sorprender que en el mismo aprés-coup de la revelación de la angustia, disponga en lo real lo imposible, esto es, que intente hacer, con algo falso, algo verdadero. El Hombre de las Ratas hace que la deuda que no tiene, con el teniente o con otro, sea verdadera. Para él se trata de actuar de tal modo que haya algo imposible, constantemente. Ahí es donde está su deseo; el vínculo con lo imposible está ahí, sin que él mismo lo sepa, sin que lo sepa el mismo que lo inscribió. Lo que se ha llamado la pantomima, esa especie de teatro un poco loco, es el juego en lo real de una relación imposible con el deseo, cuya encarnación es él mismo
Evidentemente, la deuda, ya sabemos lo que es en el Hombre de las Ratas: es la famosa deuda del padre. Esto es, que su padre le debió efectivamente algo a alguien. Pero no sólo es esto; lo que el Hombre de las Ratas encarna como verdad en lo real, sin saberlo, es una cierta relación con la deuda simbólica en la medida en que esa deuda jamás queda satisfecha. ¿Qué? quiere decir eso? Que no es solamente su historia particular lo que determina para él todo ese trance y esa relación particular con el goce. No es sólo eso; hay que considerar la obsesión como la respuesta dada a una pregunta que parte del Otro y que es: ¿Qué es la deuda simbólica? O: ¿Qué es un padre? Mejor aún: ¿ Qué es el Nombre del Padre?
En el fondo, lo que encarna la obsesión es la relación del padre con la muerte. Es incluso por eso que en su trance hace de él un personaje vivo. Sabe muy bien que está muerto, pero toda su estructura, la de su síntoma, se organiza alrededor de esa falta de reconocimiento del vínculo entre su padre real y la muerte, en tanto que su padre real no fue para él quien podía darle una orientación soportable en relación con el Nombre del Padre.
El síntoma es poco más o menos lo que acabo de decir, su trance. Su trance le conduce, tras repetidos fracasos, a ir a ver al famoso amigo, su compañero, aquel que ocupa siempre la posición imaginaria, para que le diga: «No, no estás loco, todo eso son ideas». Y exactamente eso es lo que va a hacer.
Después de haber fracasado en poner siempre a otro como interposición imaginaria en relación con la revelación que había tenido, finalmente va a ver a su amigo, esto es, a aquel que está encargado de encarnar en lo real ese espejo de sí mismo que le tranquiliza. Y el otro le tranquiliza, claro está: «Todo eso son obsesiones». Pero el problema es que así no se tranquiliza. Él hubiese querido que el otro le dijese: «Tienes que pagar la deuda con el teniente David». Y por eso va a ver a Freud; y no por azar. Va a verle por un rasgo: la semejanza, decía, entre sus ideas, esto es sus obsesiones, y lo que pudo leer en la Psicopatología de la vida cotidiana. Halla una relación entre lo que él produce como pensamientos, y lo que Freud escribió como texto. Así, pues, se trata una vez más de un semejante; aunque un semejante de una clase algo particular.
Claro que no le habla a Freud de todo eso cuando lo ve, sino de todo lo que les dije antes, de su sexualidad infantil
⦁ Identificaciones y ecos: Su padre también había sido militar, por lo que a Ernest todo lo castrense lo identificaba de alguna manera con su padre. Su padre se jugó a las cartas el dinero de sus soldados y pagó la deuda con muchos apuros. Ernest revive mediante la identificación proyectiva una situación similar con su 3,80 coronas.
⦁ Su padre coquetea antes de su matrimonio con otra joven. El paciente vacila sobre con quien se debe casar, Gisela a la que ama o Rubensky, la que le recomienda su padre
⦁ En torno a las ratas, Ernest rememora que de pequeño había mantenido cierto erotismo anal entorno al prurito causad por lombrices. Después asocia las ratas con el dinero. Llevaba incluso tiempo pagando las sesiones pensando “tantos florines, tantas ratas”
⦁ A las ratas se le unía el significado del miedo a las infecciones, sobre todo en el servicio militar era frecuente contraer la sífilis. De esa forma unía la rata al órgano genital.
⦁ En una visita a la tumba de su padre cree ver una rata por encima de la tumba y piensa que la misma devora el cadáver. El paciente se identifica con la rata pues ellas tienen también su castigo por morder, como él según su madre mordió al otro niño.
⦁ Si ha deseado el mismo castigo para su padre y su amada, y él se ha identificado con una rata, el deseo no es otro que el de penetrar al padre y a la amada por el ano. La fantasía sádica anal sería la introyección o reincorporación anal. Lo que concuerda con las teorías sexuales infantiles según las cuales los hombres pueden tener hijos por el esfínter anal igual que las mujeres por el mismo orificio (teoría de la cloaca).
Freud concluye diciéndonos: “No es posible esperar, para tan graves ideas obsesivas, soluciones más sencillas, ni tan poco lograrlas por medios distintos. Con la solución que el análisis nos procuró quedó desvanecido el delirio de las ratas”
Bibliografía.
Lacan “Variantes de la cura tipo”.
GUY CLASTRES “El hombre de las ratas”
Historia de una neurosis obsesiva: “El hombre de las ratas” Sigmund Freud (ballesteros)