EL PSICODRAMA ESE CAMINO ENTRE EL IDEAL Y LA REALIDAD. Enrique Cortés
El grupo forma un círculo, donde en un primer momento las miradas se ponen en juego para garantizar una repetición congelante, un primer momento donde se evita arriesgar con la propia palabra, un primer momento donde cada integrante intenta desplegar sus certezas para encerrar y encerrarse.
Pero la presencia del tercero, bien en la figura del coordinador, bien en otro miembro del grupo, facilitan la introducción de la duda, duda que vendrá en dos direcciones, por un lado como desgarro narcisístico y por otro como facilitador de la palabra.
A partir de ese momento, hablar de lo sucedido en el día a día, no será solo contar una sucesión de hechos, en algunos casos con la intención de que se resuelvan; sino colocarse en la responsabilidad del acto, responsabilizarse frente a otros de un movimiento propio y desde allí pensar y pensar-se.
La posibilidad en un grupo de verse a través del otro, de reconocerse en el eco de las palabras propias, devueltas por un tercero, otorga la posibilidad de recuperar algo de lo perdido; de entrada un diálogo consigo y con los otros.
En el grupo el sujeto se encuentra cara a cara con las diferencias que, en primera instancia, lo separan del otro, lo que produce una desgarradura en la constitución subjetiva, lo que, a veces, provoca una realidad que lo deja sin sostén simbólico. El sujeto, entonces, se resiste a entregar su síntoma al devenir del deseo, últimos coletazos a la perdida de la eternización del goce, lo que, por otra parte, posibilitará la entrada como sujeto de su historia.
¿Qué se gana en esa entrega?
La posibilidad de seguir siendo, de transitar en lo posible de la vida, para lo cual es necesario seguir jugando, permanentemente, empezando, no nos queda otra, por los desencuentros del transitar en lo grupal, por esa tensión necesaria que da cuenta de la propia existencia y la de los demás, una tensión que también posibilita la entrada del otro en el juego.
Tránsito nada fácil y no sin cierta violencia, pero si no nos encontramos desde las diferencias quedamos en el riesgo de la soledad, una soledad estéril.
En ese punto la escena psicodramática ofrece un espacio-tiempo diferente, donde se despliega en lo concreto de la representación, algo efectivamente vivido o imaginado, que da cuenta de una posición del sujeto en relación a sus fantasías y a la realidad.
Es precisamente en la diferencia de estas dos instancias (fantasía y realidad), donde se reconocerá con un sentimiento de frustración, si no de renuncia a una ilusión de totalidad.
En la escena psicodramática, el coordinador interviene en la intersección de ambas instancias, para dejar en evidencia la diferencia necesaria entre ellas: es justamente en ese espacio donde se construyen las alternativas nuevas. Lugar de un duelo simbólico en relación a un Ideal.
Por otra parte, si se decide no acceder al pensamiento crítico de sí mismo y del mundo, se genera el modo discursivo de la queja o del escepticismo, dos malas maneras de expresarse al enfrentar el límite que la realidad impone a su deseo.
Entre la ley del deseo y la ley social, se requiere de una constante contratación entre ambas. Aquel que no esté dispuesto a declinar parte de su deseo para contratar con algo del mundo de los otros, queda entrampado en el todo o nada, sin producir movimientos posibles de intercambio en el vínculo con los demás.
La escena psicodramática deja en evidencia este juego con la vida, y es justamente la presencia de los terceros, re-conociéndose lo que facilita el quiebre de este círculo especular del sujeto.
El psicodrama, al devolverle al sujeto lo imposible de su exigencia y un límite a su deseo apunta a contratar con el otro, lo que cada uno tiene como posible.
Cuando se interviene allí donde el sujeto debe mirarse, acercando una palabra o un señalamiento que posibilite un enlace entre el sujeto y el sentido de su acto, una ruptura del sentido fijado, se pondrá al descubierto el enredo y la mentira que ya no sostienen, por más, una verdad que nunca lo fue.