LA EFICACIA DEL PSICODRAMA EN DROGODEPENDENCIAS

LA EFICACIA DEL PSICODRAMA EN SUJETOS QUE RECURREN A LAS SUSTANCIAS TÓXICAS.

                                                                                   Enrique Cortés

Un muchacho es arrastrado al consultorio de un terapeuta por sus padres, él es músico punk, solo le interesa su banda y consumir.

Un joven consulta por su adicción a la cocaína tras escapar de una comunidad terapéutica con un régimen policiaco.

Un hombre de 40 años, decide dar le un giro a su vida tras quince de haber consumido todo tipo de sustancias tóxicas.

Un terapeuta escucha en una institución a una joven derivada por un juez tras haber sido detenida consumiendo sustancias psicoactivas.

Estos y otros casos se suelen encontrar en los centros de tratamientos de desintoxicación. Donde con demasiada frecuencia nos preguntamos qué y cómo hacer o lo que es peor, no nos lo preguntamos asumiendo el papel de “yo sé lo que les conviene”, dejando al toxicómano, en tanto sujeto, fuera de su propia partida.

¿POR QUÉ EL PSICODRAMA?

La primera respuesta es sencilla, el dependiente debe hacerse cargo de su deseo, responsabilizarse de sus actos, y por lo tanto no puede quedarse fuera en la decisión de si entrar o no en la partida.

La segunda atañe más a una cuestión social. Estamos sumidos en una globalización, donde el sujeto, paradojalmente, se ha transformado en un objeto de consumo y lo que es peor en un sujeto solitario.

“El narcotizado evita la compañía porque sobre todo es adicto a la soledad” y ahí el grupo viene a transformar la soledad del goce a la soledad del compromiso.

Y en ese no querer comprometerse, es que los dependientes construyen sus propias normas y jergas, precisamente, no para seguir estando fuera de la ley y de lo normativo,  si no para no relacionarse con nadie más, para seguir sosteniendo su dependencia a la soledad.

El enfermo toxicómano es el individuo que se separa del grupo, en un intento de proteger su narcisismo, quizás precisamente porque se pretende indiviso en su persona. El individuo se desengancha así del cuerpo social. El intento de volver a engancharlo inicia dos caminos, ambos sin salida, en el toxicómano. Por un lado el significante heroína, cocaína… no encuentra otros significantes donde hacer serie, cerrándose la cadena. Por otro lado, esa misma heroína, cocaína… convirtiéndose en significante amo que cohesiona al grupo imaginario le lleva a su identificación fundamental: “yo soy toxicómano”. Así se constituye el grupo marginal conformando una pequeña sociedad al lado de la sociedad existente. Pequeña sociedad, como ya hemos apuntado, con su propio argot, sus propios fines e incluso sus propias leyes.

Digamos que en su empeño, mediante la sustancia, de llenar el vacío estructural de todo sujeto,  y tropezando una y otra vez con el fracaso, encuentran la salida en el vacío mismo.

Callejón sin salida.

 En el toxicómano el juego consiste en: enganche-desenganche. Y en este movimiento, la ausencia de heroína y la incapacidad de desplazamiento hacia otro objeto produce un síntoma, el del llamado síndrome de abstinencia; síntoma que permite articular  una queja, que no una demanda. La demanda llegará al terapeuta por otro conducto: familiar o social.

El toxicómano repite su queja, hasta provocar la náusea, la angustia del otro, del terapeuta, al que una y otra vez dejará compuesto y sin novia, preguntándose acerca de lo que quiere tan curioso paciente.

Hay un saber sobre la dependencia que el toxicómano no concede al terapeuta. Ese saber pertenece a la tribu, al grupo imaginario.

¿Por qué el psicodrama?

La eficacia del psicodrama freudiano reside en la posibilidad de que el sujeto se implique con su sufrimiento, las drogas están presentes, precisamente, para lo contrario.

El terapeuta, decíamos, no sabe sobre el síntoma del toxicómano en tanto en cuanto éste no le concede, no le supone este saber. Entonces ¿en qué consiste la clínica del toxicómano?; ¿hay que reducirla a la ausencia o desaparición del síntoma? Nosotros pensamos en lo erróneo de este planteamiento.

Curar el síntoma, adaptar al enfermo a los avatares de una circunstancia social, “conducirle” a modos de comportamiento que les haga accesible un simple ilusorio bienestar en el mundo: efectos de reparación, en suma. Sería colocarnos en el lugar del Amo. Curar el síntoma, tal la demanda del Amo orquestada por mil voces dispares; sociedad, familia, ley.

Curar aquello que en apariencia, universaliza a todos los toxicómanos, aquello que permite hablar de El Toxicómano.

Pero si el discurso del Amo insiste en tal especificidad no es, sin duda, por lo que hace a cada uno de nuestros pacientes sino por haberse constituido en síntoma social privilegiado de nuestra época.

Lo que nosotros proponemos es abrir y sostener un espacio donde el paciente sea escuchado, es decir, donde pueda hablar. Hablar del deseo particular del que se trata en cada ocasión, si esto se consigue podemos estar seguros de que el sujeto sabrá, en lo sucesivo, hacerse cargo de ese deseo sin sentir su verdad como una amenaza.

Si una clínica del toxicómano es posible es solo en el caso por caso.

Primer paso, la subjetivización.

Cuando el paciente ingresa en la Institución, se establece una transferencia masiva paranoica. Normalmente, la primera demanda del paciente ante la Institución es, en la mayoría de los casos, una falsa demanda por cuanto vehiculiza la palabra de otros. El “yo soy toxicómano”  se convierte en “yo soy/estoy enfermo”. No es aún la demanda de un sujeto, sino de la imagen reflejada sobre un cuerpo sufriente de las instituciones familiar, social, judicial etc… Se tratará, en primer lugar, de hacer una separación entre la demanda médica y demanda terapéutica.

Con la llegada a la Comunidad Terapeutica, se produce un primer desplazamiento de la identificación. Todos los que allí trabajan deben saber del intento  en sus primeros días de internamiento de todos y cada uno de los pacientes por abandonar e irse. Aún no establecida la vinculación con el grupo, el recién llegado se encuentra sin lugar. A partir de aquí el recién llegado tendrá un nuevo significante de identificación: “nosotros, los toxicómanos” se convierte en “nosotros, los pacientes de la comunidad terapéutica”. Primer desplazamiento que, aún sobre el eje imaginario, permite sin embargo la aproximación a un punto de posible articulación con el eje simbólico.

Esta primera aproximación a lo simbólico se da, como decimos, en el espacio del trabajo de grupo del psicodrama. Allí el paciente comienza a hablar, “aparición de la palabra en donde sólo había un símbolo mudo repetitivo”.

El psicodrama por su característica de lugares fijos facilita el descentramiento mediante el juego.

El director; en un primer movimiento, se sitúa como objeto de las miradas de todos. Su presencia soporta la pulsión escópica del grupo para que uno entre ellos comience su relato. Relato todavía dirigido al otro imaginario, bla-bla-bla del yo que cree tener  el objeto a su disposición. En un segundo momento el director, cortando el relato y pasando a la dramatización, le da el paso al papel de protagonista, traspaso de papeles que posibilita la aparición del deseo del propio sujeto.

El otro lugar fijo, en la estructura del psicodrama es el del observador. El no interviene en el desarrollo de la sesión, sólo escucha. Y dice su palabra al final de la misma para “reducir la escena a un dicho”. Garante último de lo simbólico tanto para el grupo como para el propio director. Con su escucha y su palabra, el observador posibilita la aparición de ese lazo social libre de los efectos del grupo como amo.

Antes de pasar a las viñetas clínicas apuntar que llegado el buen momento en el que el deseo se confronte, la angustia asoma, como buena señal; lo que no es impedimento a que el dependiente vuelva a buscar la defensa en la sustancia. Es en ese sentido que no siempre las recaídas son síntomas de retroceso.

Los efectos de la cura serán entendidos en términos de modificaciones en el modo de goce. El resultado terapéutico, tendrá que ver con recuperar la condición deseante; con encontrar otras salidas ante el vacío que con lleva la falta; en definitiva, en dar un sentido a su existencia, donde la droga es solo un elemento.

Viñetas Clínicas.-

Pretendemos trazar un recorrido a través de tres escenas de psicodrama en las que el paciente en cuestión actúa como protagonista.

Primera escena: “Cascanueces”.

Xavi Tras una comida ha sacado nueces encima de la mesa para repartir entre los comensales (pacientes y algún miembro del equipo terapéutico). Un paciente, Luis, reclama su parte a Xavi, diciéndole que no tiene. Xavi se dirige a otro paciente, Antonio, para que dé a Luis parte de las nueces que ha cogido. Antonio contesta a Xavi, con la mano en los cojones: “coge estas”. Xavi se dirige hacia él con la mano alzada y ahí concluye la escena.

Xavi, habla de su excitación emocional ante la burla de Antonio y  dice que casi se descontrola y sintiendo miedo de sí mismo, para acabar diciendo: “me falta la palabra”.

La entrada en el discurso de Antonio con su metáfora-broma coloca a Xavi frente a un impasse que luego él mismo nombrará y que, sobre la marcha, resuelve con el gesto de alzar la mano.

Para golpear Xavi  debe levantar el brazo, pero una vez levantado, hecho el gesto significante, ¿para qué golpear?; Xavi acabará diciendo: “me faltan las palabras”.

Un dato a añadir: al día siguiente de la tercera escena, Xavi se fracturará el brazo, mutilación de lo real que en el apres-coup da sentido a esta primera escena.

Segunda escena: “Del silencio del padre al padre sin vergüenza”.

Sucede en casa de sus padres, Xavi tiene heroína encima de la mesa de su habitación. El padre entra sin llamar y pregunta “eso, ¿qué es?”. “Heroína”, responde Xavi. El padre exclama: “¡Ah!” y sale de la habitación. En el relato, previamente, ha aparecido como Xavi desde hace tiempo ha ido dejando jeringuillas usadas y restos por la casa, sin que nunca haya sido interpelado al respecto.

Si la escena anterior termina con la aparición de la angustia en torno a la frase “me faltan las palabras”, en esta la angustia se sitúa desde el comienzo como efecto de la ausencia de un padre, de su silencio. Xavi le llama, pedirá de él que cumpla su función en relación al saber y a la prohibición.

En un soliloquio Xavi añadirá: “lo tenía que saber”. Pero el padre ni sabe, ni prohíbe, por más que Xavi en la inversión de roles pondrá en su boca, a través de soliloquios, sentencias de sabiduría y futuros castigos. Pero la realidad que le reprocha, la queja de Xavi desde su angustia, es su silencio.

Tercera escena: la mujer como la heroína

El toxicómano, repitiendo la escena infantil, tiene su respuesta: una mujer es una heroína. Y él para ella el héroe de las mil aventuras y desventuras, que adornan el cotidiano de los toxicómanos.

Xavi busca a un padre que venga a romper, a poner límites entre él y la “heroína”, pero se encuentra a un padre “sin palabras” lo que le deja imposibilitado en la separación, quedando “enganchado” e imposibilitado para  ocupar un lugar propio.

Al final de la escena, Xavi dirá: “¡Que vergüenza!: estoy encarnado” y al ser interrogado por esta respuesta en el cuerpo, Xavi añade: “el nombre de mi madre es Encarnación”. 

Recuerda cuando una novia lo dejó y al representar la escena en el cambio de rol dice: “tengo que pensar en mi, si no pienso en mi este hombre me va a destrozar toda”.

Emergencia de la función paterna que va a permitir a Xavi recoger en forma invertida su propio deseo: ser nombrado como hombre.

 

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