UN MOMENTO DE VERDAD, NO SIEMPRE CON HAPPY END

UN MOMENTO DE VERDAD, NO SIEMPRE CON HAPPY END

 

RESUMEN

Se intenta ver como el psicodrama  haciendo un recorrido inverso a la inercia del sujeto, posibilita que se vayan respondiendo a preguntas estructurales tales como ¿Qué soy? O ¿Quién soy? Y esto desde la desidentificación imaginaria con el otro; lo que le confronta al duelo de la perdida de la satisfacción mítica

 

El deseo es fruto del resto que deja la vivencia de satisfacción; resto indestructible que promueve y da motor a la repetición, en un intento de reencuentro.

Momento en el que el cuerpo toma posición mediante sensaciones, las cuales estando acompañadas de palabras y miradas, desde la realidad o desde la fantasía, van configurando la imagen del propio cuerpo, siempre desde el deseo del otro, lo cual va a influir en la relación que el sujeto tendrá con ese objeto; al mismo tiempo que surge la pregunta ¿Qué o quién soy yo para el otro?

Este resto trasformado en deseo, se inscribe no solo a través de las palabras sino también a través del cuerpo, en una suma de psíquico y somático,  denominado por Freud con el nombre de pulsión.

Desde ahí será un cuerpo que mostrará, a los ojos de los demás, la falta (respuestas) que no se pudo nombrar. Es un llamado de atención, un pedido de ser escuchado y mirado   (en una necesidad de respuestas).

Cabe preguntarse: ¿Dónde quedó alienado ese cuerpo? Un cuerpo que no es el biológico, ni el del esquema corporal. El cuerpo que se nos presenta en psicodrama es el cuerpo del espejo, ese cuerpo que pide integrarse en una imagen inacabada.

Entonces, este resto transformado en deseo, está ligado a recuerdos, a huellas mnémicas que forman la realidad psíquica (el imaginario).

En el psicodrama, este imaginario será relatado, bien mediante quejas o bien mediante demandas, en el discurso de los protagonistas, con la intención de reencontrarse con la situación primera (no la verdad de las preguntas sino las respuestas esperadas).

Nosotros, en una dirección contraria y mediante la representación provocaremos el desencuentro, haciendo, paradójicamente, que algo de la relación del sujeto con su entorno cambie.

La escena es una repetición que a través de sus aspectos fallidos puede permitir un nuevo encuentro y una nueva combinación de significantes para el sujeto. De este modo la relación del sujeto con su discurso y con la aparente causa de su sufrimiento tienden al cambio.

Hay re-encuentro, un re-encuentro inesperado, que funciona como un recuerdo. Y en ese volverse a encontrar con lo que antes no se había podido ver, hay un momento de verdad. Es un descubrir abruptamente, es encontrarse con algo que da un sentido distinto a lo que se venía hablando.

Paul Lemoine dice. “Representar es presentar nuevamente, presentar por segunda vez…habiéndose perdido la primera vez como sujeto, ahora aspira a encontrarse, es decir a hallar el dominio de los significantes faltantes, encontrar a través del objeto perdido…al otro simbólico y a realizar por medio del discurso del grupo el duelo de la primera vez”.

El objetivo de la dramatización es reinscribir una parte de la historia del sujeto, poner en acto un pasado siempre presente para el inconsciente, con la posibilidad de incluir personajes ausentes en los auxiliares.

Para la reescritura de la propia historia se necesita del otro, ya que las historias constan de relaciones, no hay una sola historia que contenga un solo personaje. Necesitamos a los otros para que nos digan quienes somos, es decir para que nos avalen  nuestras historias.

Lacan en su tesis del Estadio del Espejo plantea que los seres humanos nacen prematuramente y tienen un dominio apenas parcial de sus funciones motoras, siendo incompletos en el nivel biológico, y que el ser humano no existe como sujeto en tanto no tiene el sentimiento de su unidad, unidad de su cuerpo y unidad de su psiquismo. Y será a través de la imagen del otro (imagen especular o identificación imaginaria) donde el sujeto se va a mirar, reconociéndose en él, en una imagen falsa, imaginaria, tanto corporal como psíquica.

En el grupo, el sujeto espera que los otros le digan quien es, buscará la unidad que le proporciona la imagen ideal, pero el otro no estará donde se le busca y ahí hay ruptura, fragmentación, el espejo se rompe en tanto que no se encuentra respuesta a la pregunta ¿quién soy?,  cuestionando las identificaciones imaginarias.

Si bien el punto de inicio para interrogarse, es un espejo donde el protagonista se mira buscando un reflejo que le dé respuesta a su pregunta, en el grupo encontrará un espejo sin reflejo donde empezará a producirse la desalienación de las redes desiderativas que le preexistieron.

En un primer momento el sujeto, en un grupo, empieza por rechazar la diferencia, su castración. Se presenta completo, escondido en sus máscaras, la mujer se hace pasar por lo que no es, el hombre presume de lo que no tiene. Se busca restituir espejos donde reflejarse completo, a la manera de esa relación dual con la madre fálica, que lo era todo para el sujeto; previo a la castración simbólica.

En el psicodrama, por un lado se intenta gozar con la mirada en tanto deseo de una unidad perdida, por otro lado, será por el efecto mismo de la mirada que la falta se va a presentificar.

La representación propiciará que la falta sea evocada, pasando de “identificarse al otro” y “con el otro” a “identificarse ante el otro”.

Se ha de pasar del narcisismo individual al grupal. “Somos un buen grupo”,  es la forma  particular que toma en el grupo el estadio del espejo. Ilusión grupal que debe ser transitoria, dando paso a las identificaciones simbólicas, que funcionan sobre la base de la diferenciación con el otro, en donde el deseo de cada uno se manifiesta en su diferencia y en su comunidad en relación a los deseos de los otros.

La identificación es el mecanismo que enlaza entre sí a las personas y, por ende el que da consistencia a los grupos a los que las personas necesariamente se inscriben.

Por este motivo en nuestro psicodrama se fuerzan los porqués de las elecciones.

Mediante las elecciones se intenta el reencuentro con lo especular, encuentro fallido y no esperado que nos trasmite un efecto de duelo, de perdida, por esto las escenas no deben ser fabuladas ni intencionalmente modificadas. En general, se desalienta lo excesivamente catártico o emocional. De hecho elegimos  escenas nimias porque es de las nimiedades cotidianas de las que el sujeto se aferra para armar un pretexto que conduce por la vía regia del significante, al texto, lugar donde el sujeto se encuentra, sin salida, solo y angustiado.

Los Lemoine, en uno de sus libros, se preguntan: “representar una escena en donde alguien que no encuentra trabajo juegue a hacerlo ¿Qué se gana con ello? ¿Provocar un alivio momentáneo e ilusorio?

Nosotros en vez de representar la situación descrita, elegimos aquella donde no se consiguió el trabajo. Justamente donde la repetición se hace presente y la dificultad y la angustia se recelan”.

Jugar-gozar constituye un lugar de posibilidad, de encuentro con aquel punto de falla que hace límite, esto plantea el hecho de que las escenas jugadas en nuestros grupos de análisis cumplan no sólo una función significante, sino una función de encuentro fallido.

Vamos a recordar para este propósito el Fort-da del nieto de Freud.

El niño tenía 16 meses y prácticamente no hablaba. Cuando su madre se ausentaba no lloraba. Solía arrojar lejos de sí todo tipo de objetos, emitiendo un o.o.o.o. prolongado, pleno de satisfacción. Un día, Freud descubrió que el niño había elaborado un juego a partir de un carretel al que había atado un hilo. Lo arrojaba desde su cama, gritando este o.o.o.o. que, como afirmaba la familia, significaba fort (partida), luego tiraba del hilo gritando alegremente da (he aquí). Tal era el juego completo, desaparición y retorno; por lo general, solo se podía observar el primer acto, que, incansablemente y por sí solo, era repetido como juego, pese a que no cabía ninguna duda de que el mayor placer se relacionaba con el segundo acto.

El juego le permite al niño poder simbolizar el traumatismo de la separación.

¿Qué es exactamente simbolizar?

Mediante el proceso simbólico se consigue sustituir un objeto por otro. Aquí el carretel es el equivalente de la madre, pero también de todo aquello que es susceptible de desaparecer, de ser perdido: persona u objeto.

La función de la representación le permite al niño dominar lo real, dejar de ser pasivo. El niño en realidad, ha experimentado la separación que lo ha hecho sufrir y logra representarla simbólicamente en un juego, debido en primer lugar a que ha tomado cierta distancia en relación a ella.

Si la mirada del grupo amenaza al cuerpo con la fragmentación, su discurso lo sumerge en el discurso de la semejanza.

 

La paciente llega angustiada, y dice sentir una especie de duelo que asocia con su madre.

Ella es maestra, jefa de estudios, en un colegio donde la directora está bastante ausente, desempeñando ella menesteres que no debería. Como la paciente dice: “ocupo un lugar que no es el mío”.

Nos cuenta una reunión de consejo escolar, donde acuden los padres y el AMPA, junto con los profesores y la directiva. En esta reunión la directora no está.

Los padres critican la gestión y las formas de la directora.

En la representación se queda callada y dice alegrarse cuando los padres empiezan a criticar a la directora.

Entonces verbaliza: “siempre me he quejado de mi madre, criticándola, debo salir de ahí, no me hace bien”

Si la transformación del sujeto, apunta a la asunción y reintegración de lo “pasado”, esta asunción non es sin cierta sensación de pérdida, de lo que no fue.

El duelo es el discurso de lo simbólico, es dar cuenta del objeto perdido. Objeto a través del cual se encuentra el duelo de la “primera vez”, posibilitando el placer de jugar nuevamente, gozando de lo simbólico, donde la angustia queda reemplazada por placer.

El psicodrama freudiano propone el descubrimiento del duelo, de la falta, de la escisión del sujeto marcado por la pérdida inicial, que lo señala como sujeto del inconsciente.

Con todo esto es fácil deducir que desde el psicodrama freudiano no hay lugar para las escenas restitutorias, donde se transforma el final e incluso se anda a la búsqueda de un happy end.

 

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