EMPUJANDO AL DESEO

  1. La Orfandad

Lo que hay más que nunca es orfandad» M. Zambrano 

Estás palabras me llevan a reflexionar sobre la destrucción del lugar del hijo. Lo que es inseparable, desde mi punto de vista, de ese proyecto de hombre moderno, enroscado en el despliegue de una libertad que necesita ir destruyendo todos los lazos que lo unen con su pasado.

En esa destrucción, al símbolo del Padre le toca quedarse con los platos rotos de la destrucción: el Padre de la tradición, la moral normativa, el opresor o el superior castrador. Símbolo de todos los obstáculos que el hombre halla en el camino hacia la expresión de un “ser auténtico”. 

Hay que matar al padre, es el grito de guerra.

Pero ¿Qué simboliza el padre más allá de esas representaciones?

El Padre es la mirada. El Padre juzga y el hijo es juzgado. Y ser juzgado es exponerse a la mirada, tener que responder, aceptar la responsabilidad; pero también ser hijo es ese algo más íntimo que nos lleva a la humildad del origen: saber que nada ha comenzado con nosotros, que somos hijos de nuestros padres y de todos aquellos que nos precedieron.

«Nadie es más que nadie», he ahí la importancia del grupo.

Ser hijo es, finalmente, la confianza.

Se habla de lo que es natural, pero la paz no puede brotar de la naturaleza porque el estado natural de la naturaleza es la guerra.

Se supone, eso dicen, que la pérdida del lugar del hijo conduce a una libertad, pero no a una libertad que aspira a la irresponsabilidad de los actos, junto a padres que no acompañan, que no posibilitan.

2. El Grupo

El deseo en sí mismo conlleva límites. J.Lacan

Carmina, nueva integrante del grupo, nos habla del duelo que le supone despedirse de su anterior grupo (de origen) y formar parte de este; no será casualidad que ya al finalizar comente que cuando hay un nuevo ingreso la matriz grupal cambia.

“Yo me tuve que cambiar de nombre, apunta Lucía, al llegar a la pubertad (momentos de cambios significativos y de dejar atrás muchas cosas) porque no quería que siguiesen teniendo de mi la misma imagen que hasta entonces”.

Ana, otra integrante del grupo, a la que podríamos calificar de “dadora”, trae té, café, pastas para hacer más ameno los descansos grupales, dice no poder desembarazarse de un rasgo materno, por el cual su madre era “tachada”, y por la cual es elegida, su rictus serio.

A lo que Luisa se pregunta: “Qué haré yo cuando mi madre se jubile?, me buscaré otro trabajo”. Luisa trabaja actualmente con su madre, podríamos decir “a su sombra” lo que le permite seguir ocupando el lugar de hija; ¿es posible  que este rol de hija le permita seguir llevando una vida de adolescente, aún a pesar de ser madre, lugar tantas veces cuestionado por ella misma?

Unas y otras, mujeres todas, van describiendo la imagen de alguien que se asoma por el telón del escenario, sin atreverse a salir a escena…Un si pero no, como alguien apunta.

¿Qué implica dejar de ser hija?, ¿Qué implica ser mujer?

Desear y dejarse desear, se contestan…dejarse ver. Pero también implica un cierto duelo, “dejar de ser su niñita”.

“Este lunes, me voy a Valencia a empezar a vivir YA”, apunta Esther.

Algo quedó claro; todo sería o hubiera sido más fácil si una madre hubiera dado un paso al frente y hubiera acompañado a la hija en este recorrido, “cuando le tuve que decir a mi padre que estaba embarazada, mi madre no se levantó para acompañarme…”

Poder despedirse de un grupo facilita el poder ocupar otro con sus responsabilidades, esas mismas que conlleva el deseo, esas mismas que paralizan cuando se tiene que salir de la cortina para entrar en el escenario y ocupar la silla del animador.

“Ser quien dirige”.

Ocupar lugares nuevos implica dejar otros: “me eligieron de hermano y me gustó, pero en mi casa el hermano es el protagonista y yo el observador; hoy venía preguntándome qué quiero y quien soy”

3.- Al deseo hay que empujarlo

El deseo conlleva esfuerzo y trabajo, pero lo camuflamos alabando otras cualidades como la destreza, la creatividad y el espíritu crítico.

Pero el espíritu crítico sin conocimiento y por lo tanto esfuerzo, es charlatanería. Un fanático es un ignorante con mucho espíritu crítico.

Al conocimiento se llega con esfuerzo y con el ejercicio de la memoria, tan denostada.

Si el mensaje es estar motivado, contento, ser felices, más allá de que es un mensaje que vende, no es del todo cierto.

Nos dice Ricardo Moreno, que él comía todos los días porque su madre se encargaba de hacer la comida y se encargaba todos los días y no sólo los días que estaba motivada.

Como decía el escritor, cuando me venga la inspiración que me pille junto a mi máquina de escribir.

Por lo tanto el mensaje debería ser que hay que ponerse a la tarea, esté uno motivado o no, negar nuestras obligaciones es no querer saber nada del deseo, con frases del tipo «Yo soy libre…», “hay que dejarse llevar…”, “todo fluye…” y entonces olvidamos, lo esencial y es que hay que empezar con la obligación,  el gusto viene luego.

Es importante la rutina, los horarios, el esfuerzo.

Y esto no es sufrir, hacer las cosas sin ganas no es sufrir.

Necesitamos límites, los nuestros en primer lugar, o corremos el riesgo de no atravesar la adolescencia.

Nos dicen que hay que tener espíritu crítico, pero este no puede quitarnos de cumplir con las obligaciones. El espíritu crítico está ahí, solo hay que ir al vestuario de un instituto y leer los mensajes escritos en las paredes.

Al deseo hay que empujarlo, me parece una gran tontería esperar que se ponga en marcha, posiblemente no arrancará, así es el deseo.

Esperar a que el otro vaya descubriendo es desesperar en la espera, hay que estar ahí y saber guiar.

Freud fue muy claro «llegado el caso hay que devolver al paciente lo que ya sabe y no quiere saber».

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